La Piedad, Michoacán. 6 Enero 2017.- A las 12 una, dice un adagio de tomadores. Fuimos a esa hora y nos tomamos una con Rafael López Álvarez. Hoy está de fiesta, cumple 35 años de cantinero y la cantina cumple 70 años. Es tal el festejo y el gusto, que la cerveza fue de cortesía.

El Bar Toño López nació un 6 de enero en la esquina de la calle del Gallo y la calle del Gitano. 70 años después siguen en el mismo lugar, las calles fueron las que cambiaron el nombre. El negocio era el que no lo tenía.

El sitio no fue bautizado hasta que su fundador murió. Ahora tiene nombre y apellido. Este día de Reyes será festejada por sus siete décadas. Estarán amigos parroquianos y visitantes de varias generaciones. Al mediodía ya se preparan todos los ingredientes para la fiesta llena de botanas y brindis.

Dos fotos en blanco y negro lo ilustran todo. En una, Antonio López Aguirre, atrás de la barra. En otra, el propio Toño López y sus hijos. Rafa, uno de ellos, sentados en la barra. Son muchos los tragos, las historias y los brindis que se han contado en siete décadas.

Una Galería de Arte donde venden tragos

Es un local pequeñito de dos plantas, cuenta con una decena de mesas y una barra. Miles de historias que han cruzado las puertas retráctiles al estilo del viejo oeste. Su actual propietario y segunda generación de bartender, Rafael López Álvarez.

En un tiempo tuvo doble propósito y no fue hasta 1982 que recibió mujeres. Eso sí, siempre ha sido un sitio para celebrar acontecimientos o ahogar penas. Es el Bar Toño López, el más antiguo de La Piedad. Para ser sinceros ya es también una galería de arte.

En las paredes hay trofeos de caza, de cuando esa actividad no era satanizada, fotografías de futbolistas donde no aparece el propietario y boletos de mundiales a donde no viajó el cantinero. De un tiempo para acá se suman obras de arte a los ornatos, son propinas que dejan los artistas que visitan la cantina.

Eufemio Zamorano, pintor piedadense radicado en Chicago acaba de hacer la última donación. Pero también hay obra de Said Bribiesca, graffitis de Spok, fotografías, grabados, oleos y mucha tradición musical, oral, literaria que encierra el pequeño local.

El futbol lo llevó a las copas

Siete lustros de cantinero, son los que lleva este personaje de voz gruesa. Sus ojos tienen por marco unos lentes. El mostacho disimula su sonrisa. Rafa, como es mejor conocido narra que su papá Antonio López Aguirre inició con el negocio.

A su abuelo, Santos López Alatorre, le disgustaba que su hijo Toño se lo pasara jugando futbol. En opinión del patriarca López, quienes usaban shorts o pantalones cortos eran afeminados y el soccer era una de las pasiones del joven.

Toño López Aguirre, era un auténtico hijo de “Perros Bravos”. Zapatero y huarachero de San Francisco, jugaba en el campo “Cavadas” situado de Santa Ana. Sólo los cinturonazos de Don Santos lo alejaban del futbol.

Un buen día, la tía doña Piedad López le sugirió que como el local se había desocupado, un negocio era la mejor oportunidad de alejar a Antonio de las canchas. Y así, hace 70 años nació el Bar Toño López.

Esquina doble propósito

Juan Botello y Jesús Negrete dejaron “aclientado” el sitio que era una tienda de abarrotes. En la década de los 40´s del siglo XX todas las misceláneas podían ser cantinas. Los permisos decían: “ABARROTES CON VENTA DE LICOR AL COPEO”.

El concepto era muy simple, en la tienda se atendía a las señoras que compraban víveres y en la trastienda a los señores que bebían. Sobre la antigua calle de Colón se despachaba alcohol. En la entrada de Simón Bolívar, los abarrotes

Eso prevaleció hasta 20 años después, pues en 1967 siendo alcalde el doctor Javier García Castillo pidió que se le llamara al pan, pan; y al vino, vino. Es decir, o eran abarrotes o eran cantinas. Don Toño López eligió la segunda opción.

Cargar las pilas antes y después de cargar

El éxito de la taberna radicó en aprovechar la ubicación y en abrir temprano. A las 5 de la mañana, Antonio López ponía dos ollas grandes al fuego, una con café y otra con canela, eso sí, acompañadas de su “piquete”.

A las 6 de la mañana arribaban los cargadores que trabajaban a corta distancia en los negocios de Ernesto Aceves, Juan N. López y de los hermanos Rizo. Antes de iniciar la estiba se iban con algo caliente en el estómago.

En aquel entonces la paga por el servicio de carga era por día. A las 12 horas terminaba la jornada laboral y llegaban los tamemes al bar para tomar algunos tragos, una vez que recibían su salario.

Del bote al sanitario

Los sanitarios en un principio eran un bote con hojas de pirul y naftalina. El “agua de riñón” era recolectada por un voluntario, quien previa paga, llevaba el contenido a alguna coladera o al río Lerma. A finales de los 60´s se hizo obligatoria la existencia de un mingitorio.

En ciertas cantinas se colocaba aserrín en el suelo con la finalidad de que los escupitajos no quedaran en piso de cantera. Siendo gobernador Cuaúhtemoc Cárdenas se exigió que los bares contaran con baños separados.

Según la década, es el licor.

En los 70´s y 80´s eran brandis y vinos dulces. En los 90´s fue la época del ron. Con el milenio llegó el tequila y ahora parece que el whisky quiere imponerse. Aunque bien, Rafa confiesa que el piedadense es un tequilero nato.

En el siglo pasado los clientes preferían Don Pedro, Presidente, Viejo Vergel, San Marcos y el Bobadilla 103 que era un brandy de Jerez. Lo adinerados pedían Fundador, Terry y los potentados el coñac Martell.

A finales del siglo XX los visitantes del bar Toño López tomaban Barcardí Solera, pero también su versión en blanco, oro y añejo. Pero Rafa suelta una carcajada cuando menciona el “blanco me muero” refiriéndose al aguardiente Blanco Madero.

Poco después el tequila tal parece que llegó para quedarse Herradura y Centenario son las marcas predilectas. Apartado especial merece la marca Tapatío, que en gustos piedadenses es al destilado de agave.

La leyenda cuenta que en cierto tiempo La Piedad absorbía prácticamente la producción de la fábrica “La Alteña” propiedad de la familia Camarena oriunda de Arandas, Jalisco. El whisky, dice Rafa, es para quien quiere demostrar que tiene dinero, o para el que realmente le gusta.

Las mujeres: su bienvenida y sus despedidas

La primera clienta del bar fue una empleada de lo que hoy es SAPAS: “Todos los días, a las 2 de la tarde entraba y se tomaba una dos equis oscura. Dijeran lo que dijeran, ella venía por su cerveza.  En realidad le reclamaban al cantinero”. Cuenta Rafa.

En 1992 una  empleada bancaria se le acercó al cantinero para ver si ahí podía hacer una despedida de soltera. El barman no se negó, pero la sorpresa llegó cuando terminada la frase, entraron cinco cajeras de la institución crediticia a festejar.

La invasión femenil de ese día provocó un reclamo de los hombres. Pero poco a poco, como siempre ha sucedido, las mujeres ganaron y ahora es raro no verlas en lo que antes era un Club de Tobi.

Confesionario

El cantinero sabe todo lo que  pasa. Quien le está robando a quien. Quien se está metiendo con la mujer de quien. Quien mató a quien. El vino saca todo, llega un momento en empiezan a confesarse. El cantinero es un psicólogo barato”. Enfatiza Rafael López, aunque acota: “dependiendo de lo que tome y del tiempo”.

“Lo que se dice ahora mañana no se sabe y aprendes a olvidar todo. Pero también apunta: “Se vale llorar, tengo muchos clientes que han llorado, antes los hombres, ahora también las mujeres”. Aquí también existe el secreto de confesión.

“Un cliente me dijo que iba a confesarse al templo, pero mis pecados son tan grandes que no creo que ni el señor cura pueda con ellos.” Claro que tampoco se confesó con el cantinero.

Chupando, pero tranquilos

“Aquí es una cantina democrática yo recibo a todos, y a todos les doy el mismo servicio, claro a los que se saben comportar”. Subraya Rafael López quien dice: “Hay muchos clientes que me reclaman que no los dejo gritar. Para mí el chiste de venir, es tomar tranquilo”. “Ni se grita, ni se escupe” afirma lapidario.

Tener la propiedad del local, la atención y la honestidad, esos tres factores son parte del éxito en una cantina. Hay gente que sí paga y por eso el sí fía. Contrariamente a la costumbre. El objetivo del propietario es ser recordado por el buen servicio y la atención.

“Lo que más cuido es las botanas que sean del día y la limpieza”, afirma Rafael. En el bar se sirven tacos, quesadillas, tostadas, patas de puerco. Es una disciplina de 24 horas para estar al pendiente del suministro de lo que requiere la clientela.

Ahora la música es digital, hay internet libre para los visitantes. Pero los clientes ahora son jóvenes, en su mayoría universitarios que hicieron su arribo a partir de la presencia de instituciones de educación superior en La Piedad.

Clientes famosos, heredados y de tiempos

Vicente Aguilar Martín del Campo era uno de los más leales clientes del expendio de licor. Gracias a Él en el bar Toño López fueron artistas como Dulce, Emmanuel, Napoleón y Óscar Athié. Pero también han estado en la cantina personajes como el beisbolista Fernando Valenzuela y el astronauta José Hernández.

Raúl Aceves de la Cruz “La Rana”, duró medio siglo siendo cliente del bar Toño López, hasta que se topó con la muerte. Era un parroquiano tan leal dice Rafael López, que en una discusión, el finado bebedor le dijo: “Tú no me puedes correr de aquí porque yo entré en la herencia de tu papá. Tu papá me heredó junto con la cantina”.

Rafa López tiene 11 años que no toma. Una difícil misión de cumplir siendo cantinero. Pero bebía whisky, Old Parr. Este año cumple 35 años de cantinero, los mismos que su padre. No sé qué va a pasar afirma, el cantinero, “para mí no hay tiempos malos, los tiempos se vienen como uno los busca, a pesar del gasolinazo”.

Sólo podemos concluir este escrito diciendo… ¡SALUD!