“Es difícil imaginar una manera más estúpida o peligrosa de tomar decisiones que poniendo esas decisiones en las manos de gente que no paga ningún precio por estar equivocados” Thomas Sowell, economista
Agustín del Castillo
Hay una etiqueta (hastag) en twitter (o X) que ha sido muy popular en el curso de esta década en México: #NoEsSequíaEsSaqueo. También ha tenido éxito la leyenda contenida en un meme que circula en Facebook: “cierra una llave, pero mejor cierra una refresquera”. Se trata de la simplificación del mensaje crítico de algunos sectores contestatarios frente a la crisis de disponibilidad de agua que vive México, que en los últimos cinco años que, en algunos sitios, ha sido pesadilla.
El problema es que simplificar un tema complejo suele ser un riesgo que puede convertir soluciones simples en nuevos desastres. Y además, hacer malas cuentas u ocultar datos, pueden llevar a la vieja historia de villanos y víctimas, muy satisfactoria para aquietar conciencias de quienes se asumen como derrotados, pero que no arroja la luz crítica suficiente para encontrar caminos que concilien derechos y necesidades de las personas.
Por eso es necesario regresar a lo elemental, para desmontar los análisis que buscan el aplauso fácil, y entender a qué nos enfrentamos.

1. EN EL PRINCIPIO, FUE EL AGUA.
Porque, en efecto, hoy llueve menos. Entre las posibles causas de esto: la presencia de El Niño-La Niña (una variable climática que ocasiona sequías o lluvias torrenciales en el Pacífico americano desde miles de años antes del arribo de la humanidad al continente) con una frecuencia más corta a la registrada hace medio siglo; la alteración del ciclo del agua debido a la tala desmedida y la impermeabilización del suelo a nivel de las cuencas, subcuencas o microcuencas hidrográficas; y ese gran fenómeno del calentamiento del planeta por la acumulación en la atmósfera de gases de efecto invernadero, producidos por la industrialización y el uso masivo de combustibles fósiles, el denominado “cambio climático antropogénico” (para contraponerlo o agregarlo al natural), que al propiciar más captura de calor en la atmósfera, también altera el clima y lleva escasez o abundancia de agua a regiones que gozaban de un patrón de lluvias relativamente regular.
Y a esto hay que agregar que tenemos hoy más población (en 1980 éramos 67.7 millones de mexicanos, hoy somos casi 130 millones, prácticamente el doble) y hay más demanda de agua en industria y comercio en expansión sostenida por cuatro décadas (en 1980 el producto interno bruto era de 205 mil millones de dólares; hoy es nueve veces mayor: 1.6 billones de dólares), por lo que el recurso accesible, que de por sí está a la baja, está más disputado que nunca, si además no olvidamos que los cambios de uso de suelo para agricultura, ganadería y expansión urbana, arruinaron ecosistemas silvestres que eran muy eficaces en hacer funcionar ese ciclo de la materia que es más vital para la humanidad de lo que sospechan quienes no viven su carencia: el ciclo del agua.
La ley de conservación de la materia o Ley Lomonósov-Lavoisier, dicta que esta “no se crea ni se destruye, solo se transforma”: La cantidad de agua que hay en el planeta (que se llama Tierra pero sería más justo llamarlo Agua, dado que más de siete partes de la superficie la cubren los mares) es más o menos estable, y a un extraterrestre le sonaría delirante hablar de una crisis de agua en un universo dominado por este compuesto químico integrado por dos moléculas de hidrógeno y una de oxígeno. Esto no es una cápsula científica; pero se trata de un dato central para comprender la verdadera naturaleza de esta crisis: se habla de agua dulce disponible, la que necesita el ser humano para vivir y desarrollarse. La impresionante cifra de agua existente se acorta dramáticamente cuando dejamos de considerar todos los mares, lo que deja en menos de 3 por ciento del agua existente como apta para el consumo humano (el agua dulce, que nace y se almacena en los continentes a nivel superficial o del subsuelo), de la cual, se deben excluir casi toda por ubicarse en glaciares o en depósitos subterráneos inaccesibles. Prácticamente nos peleamos por apenas 1.2 por ciento del agua dulce del planeta, disponible en ríos y lagos, y quizás otro volumen cercano en ls primeras capas del subsuelo: unos 600 mil a 800 mil kilómetros cúbicos de los 1,386 millones de km³ existentes para el planeta de forma regular desde hace dos mil millones de años (ver El agua, de Manuel Guerrero Legarreta; H2O, una biografía del agua, de Phillip Ball, y los datos publicados en https://www.fundacionaquae.org/principales-datos-del-agua-en-el-mundo/. Hay que advertir que no existen cifras definitivas, y varían, aunque no demasiado, en esas tres fuentes).
Esto ni de lejos significa que sea poca agua: aunque el tamaño del “pastel” disponible potencialmente para 8,162 millones de humanos (y miles de millones de animales y plantas), fuera de unos 800 mil kilómetros cúbicos (un km³ equivale a mil millones de m³; un m³ equivale a mil litros), lo que da una disponibilidad por habitante terrestre de casi 100 mil m³ (o sea, 100 millones de litros por persona), la inmensa mayor parte del volumen no es aprovechable, pues se debería convertir toda la tierra emergida en una gran infraestructura de captación y distribución, y trastocaría los ciclos de los ecosistemas y las especies, lo que destruiría a la propia humanidad.
La verdad es que es mucho menor el volumen con que se debe sobrevivir: la referida Fundación Aquae da el dato de que solo 0.007 por ciento del agua dulce es potabilizable, lo que significa que la cifra de 800 mil km³ se reduce a alrededor de 280 mil m³, y la disposición por habitante baja a 100 mil m³ a menos de 35 mil m³, pero allí andan todos los usos.
Y los datos mundiales son los siguientes: el uso agrícola utiliza 69 por ciento de esa agua, lo que deja disponibles unos 10 mil m³, es decir, buenos diez millones de litros anuales por persona. 19 por ciento se va a la industria, pero es importante aclarar que la mitad de esta es para centrales termoeléctricas, y el resto de la industria usará 9.5 por ciento. 12 por ciento es para el abastecimiento directo de los habitantes, uso urbano o doméstico (ver https://agua.org.mx/en-el-planeta/).
De manera que la cifra promedio a consumir por cada habitante del planeta se nos ha reducido ya a 1.2 millones de litros, es decir, 3,282 litros diarios. Muchísimo más de lo que un humano necesita para vivir bien. Entonces, ¿por qué no nos está alcanzando?

2. PARAÍSOS, PÁRAMOS Y BALDÍOS
Es evidente que hay muchísima agua, y que no se acabará en millones de años, a menos que colapse la biosfera; pero además de que en su inmensa mayoría no es accesible, está mal repartida. Si no fuera así, no habría surgido la fantástica biodiversidad que ha hecho de la era humana, la que cuenta con más especies de plantas, animales y hongos de la historia natural (un dato siempre provisional). El agua es elemento crítico para que las especies se adapten, prosperen, se muevan o permanezcan en su nicho ecológico.
En el caso del ser humano, el compuesto químico de dos hidrógenos y un oxígeno (H2O) ha tenido un efecto parecido, a otra escala. No son lo mismo las culturas del desierto, las de clima frío, las de regiones húmedas tropicales. Todas debieron adaptarse y ajustar su crecimiento y su economía a la disposición de agua. Y son diferentes por eso.
El tema es que la globalización tiende a barrer usos y costumbres, porque ofrece respuestas tecnológicas para ampliar el acceso a los recursos y uniformar su uso. Hay también un modelo cultural que se busca alcanzar en todos lados: el del progreso infinito, el de la energía y los bienes ilimitados, una simplificación más bien propagandística del American way life, el lugar de las personas comunes, de la democracia igualitaria, de las oportunidades para todos, de la ciencia y tecnología prodigiosas y de los recursos infinitos. Pero a la realidad no se le puede engañar. La república del norte está hoy en crisis, pero alcanzar el consumo diario de 1,300 litros de agua potable de cada estadounidense parece una aspiración aceptable para el resto de la humanidad. Va junto con pegado, como decimos en México. Contra 3,282 litros promedio de agua dulce existente por persona, suena asequible. Pero si omitimos que alcanzar esos niveles es crecientemente costoso, tecnológicamente desafiante, y que, dado el reparto natural tan diferente (a la naturaleza no le importan nuestras ideas de igualdad), se hace problemático.
Pero vale la pena particularizar el caso del agua en México: “En México, la distribución geográfica del agua no coincide con la distribución geográfica de la población. El volumen de agua renovable promedio en el país per cápita es de 4,028 metros cúbicos por habitante por año. Sin embargo, existen diferencias sustanciales entre el Sureste y el Norte del territorio; se observan áreas con gran escasez de agua y regiones con frecuentes eventos hidrometeorológicos que derivan en costosas inundaciones”, señala https://blog.aclara.mx/distribucion-geografica-mexico/.
Agrega: “La distribución del agua es desigual, en la zona centro–norte del país se concentra el 72.7 % de la población y se cuenta con sólo el 32% del agua renovable; en cambio, en la zona sur donde existe el 68% del agua del país, sólo se asienta el 27.3% de la población. Del porcentaje total del agua existente, se tiene que analizar su calidad, pues no toda se puede utilizar: El 22.7% del agua superficial se encuentra fuertemente contaminada; el 33.2% del agua superficial tiene una calidad aceptable y el 44.1% del agua superficial tiene una excelente calidad. Esto significa que sólo el 44.1% del agua total es 100% utilizable”.
Por tal motivo, “se hace énfasis en la importancia de invertir en infraestructura como son las plantas tratadoras de aguas residuales, las cuáles lejos de significar un gasto, son una solución y un recurso para resolver la problemática del desabastecimiento de agua, así como una muy buena opción para la preservación de los mantos acuíferos y del suelo. Se estima que el 47.5% de las aguas residuales son colectadas y tratadas, y sólo un porcentaje mucho más bajo (difícil de precisar por la falta de monitoreo y vigilancia) cumple con las normas de calidad de las descargas. Quiere decir que el 52.5% del agua con la que contamos en el país es desperdiciada cuando podría ser utilizada para cubrir las necesidades de la población”, puntualiza.
Cambio climático, El Niño Oscilación del Sur (ENOS), crisis ambientales locales, distribución natural irregular, escasez de políticas públicas serias y a cambio, politiquería cortoplacista, pseudociencia e ideologías simplificadoras (hasta simplonas), convergen así, en una “tormenta perfecta” (una metáfora excelente, si no fuera porque el principal tema es la escasez).

3. MÉXICO, AGUA Y NIHILISMO
Una tendencia acusadamente nihilista del pensamiento crítico en México es que de forma apriorística ha definido quiénes son los enemigos del progreso colectivo, y ante la condena automática que produce el capital (somos una nación que desde la primaria enseña que lo privado es, al menos, sospechoso), quiénes más van a ser que las grandes empresas ávidas de ganancias y ausentes de escrúpulos, las capaces de fabricar una sequía artificial, muy al estilo de Quantum Solace, la famosa película de la franquicia de James Bond, el agente 007. El papel tibio o indiferente del Estado, la verdadera clave de todos los excesos reales e imaginarios, apenas les merece consideración alguna.
Esta certeza es casi axiomática, pues está en términos ideológicos (un axioma es “una verdad tan de sí evidente que no requiere comprobación”, dicen los libros de lógica de primero de secundaria). Tras el hastag que denuncia, vienen los recuentos donde se reproducen las marcas de los villanos: Coca Cola, Pepsi Cola, otras refresqueras (que además, ofrecen tentaciones a los consumidores como trampas para diabetes), Nestlé. Y se reproducen cifras descomunales en litros usados, muchas veces sin idea clara de qué significa y con qué se compara. La tendencia al linchamiento lo hace irrelevante. Coca Cola, por ejemplo, al consumir casi 56 mil millones de litros al año en los acuíferos mexicanos, es el jefe de jefes de ese complot contra el interés general de México. Una publicación en el sitio PopLab, donde se señalan datos reales de este fenómeno, ha despertado la agudeza crítica no tan aguda de la campaña en redes. Y todo por un error muy grande cometido al redactar ese texto, que sin esa mención sería impecable.
“Coca- Cola, Pepsi, Danone, Nestlé, Bimbo, Aga y otras empresas de productos chatarra extraen anualmente 133 mil millones de litros de agua para producir comida y bebida que no sólo afectan la salud de los consumidores sino que además provocan serios daños ambientales en México. Pero esta cifra podría ser superior debido a que la Comisión Nacional del Agua no suele supervisar de manera rigurosa la extracción incumpliendo con su capacidad fiscalizadora, según han denunciado activistas y expertos del tema”, dice el texto titulado “En un país con sed sobra el agua para la industria de bebidas chatarra” (ver https://pozoschatarra.poplab.mx/).
Hasta allí bien, pero sigue: “El total del agua que utilizan las empresas alcanzaría para llenar 16 mil 862 veces el Lago de Chapala, el más grande de México, en un país donde el 24 por ciento de los hogares no tienen agua todos los días, ubicándolo en el segundo lugar en Latinoamérica por estrés hídrico – es decir, que la demanda es más alta que la cantidad disponible-”.
Si usted no ha encontrado el gazapo, posiblemente sea parte de esa inmensa masa de víctimas del pésimo sistema educativo básico en México, donde las matemáticas y la lógica son mal priorizadas al grado de que no se distingue entre litros y metros cúbicos y mucho menos se entiende de proporciones. El hombre anumérico es un famoso librito de John Allen Paulos donde se demuestra que la pelea con las cifras no es privativa de los mexicanos, sino un mal de la humanidad. Vamos, lo abstracto como sistema de pensamiento es un desarrollo de la inteligencia humana más bien excepcional, no está en nuestras claves básicas de entendimiento del mundo. Tendemos a la emoción, a lo concreto, a lo asequible. Y dicho esto, le explico por qué no debe aceptar el segundo párrafo del texto citado, que comete una equivocación…descomunal.
Hablamos de 133 mil millones de litros, es decir, 133 millones de metros cúbicos (hay que insistir: un metro cúbico son mil litros). Al lago de Chapala le caben aproximadamente 7,800 millones de m3, es decir… 58.6 veces ese volumen. ¿De dónde sale la cifra de que el consumo de las empresas de bebidas chatarra es 16,862 veces el volumen del lago? La única posibilidad es que se confunda litros con metros cúbicos. Y más allá del error, esto mueve a la incomprensión de un fenómeno que sí debe ser denunciado, porque se debe reglamentar y cobrar a precios reales el agua-riqueza o agua-economía de que habla el famoso sociohidrólogo Pedro Arrojo Agudo, quien sin duda sí entiende de cifras y de aguidezas, como lo explicó en diciembre de 2009:
“El agua como derecho humano En el primer nivel, el agua mínima para la supervivencia (30 litros de agua potable al día, según Naciones Unidas) debe ser gratuita: “¿Cree que es razonable que en los barrios pobres de la ciudad de Guadalajara no tengan agua en casa? Pues no es razonable, no es justo, nos sentiríamos mal en una ciudad que permite esto, y hay que actuar. Esos 30 litros diarios por persona serían la fuente pública gratuita. Nadie se llevará más de 30 litros diarios para luego llenar un jacuzzi”.
El agua como derecho ciudadano “El lavavajillas probablemente no es un derecho humano […] pero hay que considerarlo como un derecho ciudadano”, dice Arrojo. “Los derechos ciudadanos, a diferencia de los derechos humanos, están vinculados a deberes: a ti te vamos a llevar el agua a casa, pero si tú la malgastas o dejas el grifo abierto y sales con que eres un ciudadano y tienes derecho, pues no has entendido nada”. La propuesta: poner un contador en la puerta. “Los 30 primeros litros son gratis; los cien siguientes los vas a pagar en lo que la comunidad considera razonable para poder financiar el servicio que te estamos ofreciendo. Los cien siguientes son ya un lujo y los vas a pagar al doble, y los cien siguientes para la piscina los vas a pagar cinco veces más caros. Con lo que pagues extra, vamos a cubrir el servicio básico de los que no pueden”.
El agua como negocio “Todos tienen el derecho a ser más ricos, pero no es un derecho humano y ciudadano. No podemos poner por delante la prioridad de hacer más rico al que es ya rico, sobre la sostenibilidad de los ecosistemas. No podemos seguir contaminando en nombre de la economía, o sea, usted para ser más rico me está envenenando, y eso no es lícito, es un orden cambiado. En este nivel, el agua debe ser gestionada en una lógica económica en la que haya un principio de recuperación de los costos de parte del Estado. Esa agua debe ser pagada como una materia prima para costear la totalidad del sistema. Así sucede en los países más desarrollados, y se han garantizado organismos públicos eficientes y agua de alta calidad” (la entrevista la pueden consultar en la edición de diciembre de 2009 de la revista Magis, del Iteso).
Este es el verdadero tema con las empresas de bebidas chatarra, y en general, con las que hacen un alto consumo de agua en sus procesos. El académico del Iteso y vocal ciudadano en el consejo tarifario del SIAPA de Guadalajara, Rodrigo Flores Elizondo, dice: “la cerveza que se hace en Guadalajara es muy sabrosa, pero quizá deberíamos pensar que hay que prescindir de ella si la cuenca no produce el volumen necesario para las necesidades más básicas de la ciudad”, que huelga decir, bromas aparte, no son de cerveza.
Esto significa que a nivel de cuencas o subcuencas, un consumo de 133 mil millones de litros sí puede ocasionar problemas. Es por eso que las grandes refresqueras o cerveceras no deben irse del país (la enorme pérdida de empleos y de impuestos sería un costo absurdo a pagar en el altar de la ideología: se estima que aportan 1% del PIB y 100 mil empleos), sino trasladarse a los sitios donde el agua abunda. O bien, transparentar sus procesos de tratamiento y reutilización del agua, y pagarla al precio real, como agua-economía o “agua como negocio” a la que refiere Arrojo, a los organismos operadores, a quienes evaden estas empresas para capturar concesiones de la Comisión Nacional del Agua (Conagua) que afectan al mismo acuífero de las ciudades, pero sles sale más barato. “Es como decir que se van a la economía informal del agua”, señala el empresario Francisco Mayorga Castañeda, ex secretario de agricultura en dos administraciones federales panistas, y actual presidente del capítulo Jalisco del Consejo Consultivo del Agua.
Añade el empresario que los organismos operadores y los sistemas de abastecimiento de agua en el país solo pueden ser viables si cobran el agua a precios reales a cambio de una calidad óptima al consumidor, y para eso requieren el control total del agua en las regiones a las que sirven. Y con el SIAPA de Guadalajara, como en muchas partes del centro y sur del país, eso no sucede.
Agreguemos un segundo dato: la impresionante estadística de barras con los 133 mil millones de litros consumidos por las grandes empresas de bebidas chatarras en todo el país, sí es mucha agua, pero apenas significa alrededor de 38 por ciento del consumo del área metropolitana de Guadalajara para un año. Esto es, agua para unos 2.3 millones de habitantes, en un país de 129 millones de personas.
Un poco más de cifras permite poner a escala el problema: en México, cada año se tiene agua renovable disponible por 451,585 hectómetros cúbicos. Un hectómetro cúbico equivale a un millón de m³. Esto significa que el agua de las refresqueras y chatarreras son 133 hectómetros cúbicos, es decir, 0.029 por ciento del “agua renovable disponible”. Las cifras provienen de una publicación oficial de la Comisión Nacional del Agua (http://sina.conagua.gob.mx/publicaciones/EAM_2018.pdf?fbclid=IwAR044QCi90bEjMHWcty8S_zpkB4houDSNmZoG1enQjeYu5DmtqZHVsNeKxI).
Para rematar: es la agricultura la que usa 76 por ciento del agua concesionada en México, mientras 14.4 por ciento del volumen corresponde a los sistemas de abastecimiento urbano, 4.9 por ciento a la “industria autoabastecida” (donde debemos ubicar a las empresas de bebida chatarra) y 4.7 por ciento para generación de electricidad. Dicho esto, es importante señalar que la sequía por la que atraviesa México en 2021 es real, y de dimensiones tremendas. Cito in extenso una publicación del Observatorio de la Tierra, de la NASA (https://earthobservatory.nasa.gov/images/148270/widespread-drought-in-mexico):
“México está experimentando una de las sequías más generalizadas e intensas en décadas. Casi el 85 por ciento del país enfrenta condiciones de sequía al 15 de abril de 2021. Grandes embalses en todo el país se encuentran en niveles excepcionalmente bajos, lo que agota los recursos hídricos para beber, cultivar y regar. La alcalde de la Ciudad de México lo calificó como la peor sequía en 30 años para la ciudad, que alberga a unos 9 millones de personas”. En 2024, hasta mayo, no había mejorado el panorama. Hoy, en 2024, tenemos un temporal que alcanza mes y medio, abundante, pero es temprano para saber si cortará las tendencias.
En la publicación se ofrecen imágenes de embalses de abastecimiento en fase de agotamiento. “Aproximadamente sesenta grandes embalses, principalmente en el norte y centro de México, están por debajo del 25 por ciento de su capacidad. Debido al bajo suministro, los administradores gubernamentales han reducido el flujo de agua de los embalses. Algunos residentes se han quedado sin agua corriente”. Es el caso de la represa de Calderón, que entrega agua a Guadalajara y se secó en 2021 y 2023 casi completamente. No obstante, ese embalse apenas significaba medio metro cúbico de agua para la ciudad, algo así como medio punto porcentual, y no ha faltado flujo desde Chapala, por lo que la crisis regional de agua en la capital de Jalisco debe mucho a la impericia de los operadores del sistema, que pudieron preverla y pudieron sensibilizar a la población del problema que se avecinaba.
La publicación resalta aún más los efectos de la sequía “al mostrar dónde la vegetación está estresada debido a la falta de agua, o los datos del Índice de Estrés Evaporativo (ESI). ESI incorpora observaciones de las temperaturas de la superficie terrestre de los satélites de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica y observaciones del índice de área foliar del espectrorradiómetro de imágenes de resolución moderada (MODIS) en los satélites Aqua y Terra de la NASA. Las observaciones se utilizan para estimar la evapotranspiración, o cuánta agua se está evaporando de la superficie terrestre y de las hojas de las plantas […] Los valores negativos están por debajo de las tasas normales e indican plantas que están estresadas debido a la humedad inadecuada del suelo”.
De este modo, México ha vivido hasta 2024 una de las peores sequías generalizadas registradas. En 2011, las condiciones de sequía cubrieron el 95 por ciento del país y provocaron hambruna en el estado de Chihuahua. En 1996, el país experimentó la peor sequía registrada y sufrió enormes pérdidas de cosechas. Está bien ser críticos, pero sin perder de vista lo racional. Tal vez el famoso hastag debería modificarse: #SíEsSequíaPeroSíHaySaqueo. Sería más fácil de defender.

4. COROLARIO: AGUA Y CREENCIAS DE LUJO
Un artículo de Letras Libres, en su edición de agosto de 2024, permite enmarcar esa tendencia de algunos críticos antisistema, que proponen medidas radicales frente a la crisis como si no se fueran a vivir los efectos negativos de ese afán de apagar un incendio con petróleo, para usar una metáfora contundente.
Yascha Mounk, autor de Las creencias de lujo sí existen, señala: “Hay todo tipo de ideas y políticas que tendrían malos efectos si se aplican. Pero hay una clase especial de malas ideas y políticas que proliferan en buena parte porque quienes las sostienen, al estar aislados de sus efectos, nunca han pensado seriamente en las consecuencias que se derivarían de su aplicación. La razón por la que el concepto de creencias de lujo ha tenido tanto recorrido es que da nombre a personas que tratan como un juego de salón cuestiones que potencialmente tienen consecuencias muy graves, solo que no para ellas mismas. En otras palabras, estas creencias son un lujo no porque sean costosas de adquirir o sirvan predominantemente para acumular estatus social, sino porque quienes las sostienen se permiten el lujo de adoptarlas sin exponerse a sus consecuencias en la vida real”.
Y cita ejemplos muy ad hoc: “ecologistas occidentales que hacen campaña para impedir que las naciones africanas pobres cultiven alimentos modificados genéticamente, en parte porque nadie que ellos conozcan sufre desnutrición potencialmente mortal o deficiencias vitamínicas que provoquen ceguera. Conservadores acomodados que se oponen a la idea de que el Estado tiene la responsabilidad de ayudar a los ciudadanos a acceder a la atención médica, en parte porque ni a ellos ni a sus seres queridos les ha resultado jamás imposible ir al médico por motivos económicos. Pacifistas europeos que odian a Estados Unidos por la “cultura militarista” del país, en parte porque la garantía de seguridad que proporciona el Tío Sam ha absuelto durante mucho tiempo a sus propios países de la necesidad de defenderse”.
Así los que buscan dinamitar la economía para salvarnos de la crisis de agua en México. La calidad de vida es sacrificable: cosas de fifís aspiracionistas, diría nuestro clásico líder populista enquistado en el palacio virreinal de la plaza mayor de la Ciudad de México.

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