Cuando ganar no lo es todo

Nosce Te Ipsum por: Josman Espinosa Gómez

Desde niños se nos enseña que los ganadores son superiores, son reconocidos, apreciados y admirados por todos, por lo que, en automático, sin análisis previo validamos y aplaudimos a los ganadores. De acuerdo con el psicólogo existencialista Rollo May, la principal causa de ansiedad en nuestra sociedad es el afán competitivo. Estamos obsesionados con ganar, con ser el número uno. En todos los medios de comunicación leemos, escuchamos y vemos los discursos para ser un ganador, y donde perder, es casi un insulto. Sin embargo, el deseo de vencer nos ciega a algunas realidades, como el hecho de que, a mayor éxito, mayor envidia y resentimiento por parte de los demás, porque una vez que alcanzas la cumbre, otros luchan por derrocarte. Y empezamos a entender que competir es inherentemente destructivo, ya que, en una competencia, para que uno gane, muchos otros tienen que perder. Así se obtiene la satisfacción de la victoria a costa del sufrimiento ajeno, por lo que la competencia promueve las diferencias entre unos y otros, lleva al individualismo y al egoísmo.

GANAR

Dicho lo anterior, asumimos que no existe la llamada competencia sana, porque siempre existe la amenaza de perder el lugar que te has ganado y con ésta, una lucha constante y a veces muy dura por conservarlo. Como es de suponer, la amenaza provoca sentimientos de ansiedad ante la posible pérdida, Sabiendo que la actitud competitiva provoca envidia, resentimiento, ansiedad, emociones que no contribuyen al bienestar común ni al desarrollo social. Competir no sólo nos aísla de los demás, dice Alfie Kohn, sino que mina nuestras relaciones de otras formas, ya que promueve la hostilidad y rivalidad entre las personas: dejamos de ver a la pareja, los amigos o compañeros de trabajo como colaboradores para considerarlos enemigos a los que hay que vencer.

Pero un día somos ganadores y exitosos en algo que hacemos, asumiendo con ello que somos superiores, dando lugar a la auto-valoración fundada en la aprobación de los demás sabiendo que es muy endeble, porque pareciera que es sólo cuando logramos ganar que sentimos que tenemos algún valor. Olvidamos que es el derecho de todo ser humano ser valorado por ser, por existir, no por lo que ha logrado, así que nunca hay que olvidar que: no somos lo que hacemos.

La contraparte de la actitud competitiva es la cooperación. En el ambiente educativo es bien sabido que los niños aprenden mejor cuando en lugar de competir, cooperan. La ansiedad que genera un ambiente competitivo interfiere en la concentración, en este caso de los niños, y en el entorno laboral, de los trabajadores. La respuesta, señala Alfie Kohn, está en monitorear el desempeño, incluso con base en estándares objetivos, pero siempre tomando como punto de partida y de comparación los propios avances. La colaboración promueve la comunicación entre las personas. El cooperativismo implica reconocer al otro como igual en su valor, involucra respeto. Nos fortalecemos al cooperar y ayudar, no al humillar o aplastar al más débil.

Los seres humanos somos seres sociales, interdependientes. Sigamos el ejemplo de la naturaleza y de nuestro organismo y, en lugar de competir, cooperemos por un mayor bienestar para todos. Podemos comenzar por observar nuestras actitudes competitivas, para entonces decidir si queremos continuar con éstas o hacer algún cambio hacia una actitud más colaborativa, por nuestro propio bien, aunque parezca irónico.

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