DEVENIRES COTIDIANOS, por Susana Ruvalcaba

Los románticos dirán que es una de las mejores cosas que existen en la vida en pareja. Los demás diremos que es uno de los altos precios que hay que pagar en la convivencia diaria. Me refiero nada más y nada menos al hecho de dormir juntos. Esta idea de compartir el espacio y las horas de sueño, día tras día con alguien es algo que sólo se aprende sobre la marcha y cuya la curva de aprendizaje es larga y el proceso de adaptación truculento.

La dificultad de compartir cada una de las noches con la pareja es sin duda uno de los más recurrentes entre los recién casados, recién arrejuntados y hasta en aquellos que se van de viaje con la pareja. La cama es uno de nuestros espacios más íntimos en el que buscamos el descanso necesario para poder estar de pie a la mañana siguiente. Nadie nos enseña a compartir ese espacio. Dormimos por nuestra cuenta hasta que llegamos a esto de la convivencia diaria en pareja. Y el tener a otro a nuestro lado, noche tras noche resulta un cambio medio violento.

Así que me tomaré la molestia de citar algunas de las situaciones controversiales que ocurren en la cama a la hora de dormir en pareja. La más común sin duda son los ronquidos. Estás ahí, compartiendo ese sagrado espacio con el otro, ansiando un descanso reparador y de pronto tu sueño se ve interrumpido por el estridente ronquido del que está a tu lado plácidamente dormido. Lo peor es que la situación se agrava cuando tienes el sueño ligero o dificultades para concebirlo mientras que el otro logra adentrarse al mundo onírico en cuanto su cabeza toca la almohada. Creando una especie de insomnio provocado por terceros. Nada agradable y mucho menos romántico.

Otros problemas pueden parecer un poco menores pero que no dejan de ser incómodos. Por ejemplo, cuando ambos están acostumbrados a dormir del mismo lado de la cama o cuando alguien gusta de tener siempre una luz encendida o se la pasa metido en el celular mientras que el otro requiere de silencio y oscuridad para poder conciliar el sueño. También pasa que el momento de irse a dormir o de levantarse no coinciden y ya ni les digo de cuando sólo uno de los dos quiere ver la televisión de la recámara hasta tarde.

Si eres friolenta y él se acalora por las noches, si los dos sienten frío y entran en una guerra somnolienta de jalones de cobija, si quieres dormir abrazada en tiempo de frío –mero instinto de supervivencia- pero él huye de ti porque la cercanía de tu cuerpo lo acalora. Y cuando uno de los dos no para de moverse de un lado para otro durante la noche interrumpe el sueño del otro.

Y ya que estamos en eso, les cuento que hay ciertos necios que no se conforman con el hecho de compartir el espacio –la cama- y el tiempo –la noche entera-, sino que además, esperan dormir abrazados. La gente se engaña, me parece, pensando que es posible eso de pasar la noche en pose de postal cursilona y además lograr el descanso necesario.

Habrá quienes afirmen que esta tendencia al abrazo inmutable de la pareja es más popular entre las mujeres –hay un muy divertido y memorable episodio de Friends que habla al respecto-, aunque mi experiencia de campo y mis investigaciones dicen que también los hombres son deslumbrados por igual ante esta romántica idea.

Aunque claro, también hay estudios que afirman que dormir en pareja tiene sus beneficios. Que así se fortalece la relación y se mejora la vida sexual de la pareja, que se libera más oxitocina y se reducen los niveles de ansiedad, que hace que el descanso sea mejor y que es más milagroso que la uña de gato.

Si me preguntan, esos beneficios –de existir- llegarán acaso después de la prolongada curva de aprendizaje y del extenuante proceso de adaptación. Por lo demás creo que el único gran beneficio inmediato que le veo al hecho de dormir en compañía es la posibilidad de tener a alguien que pueda darse cuenta con bastante inmediatez de su uno sigue vivo o no.

Así que de momento, camas separadas, por favor.