En busca de la vida saludable o la masacre del gimnasio

DEVENIRES CORIDIANOS, por Susana Ruvalcaba

Como ya les comentaba hace tiempo –por acá– recientemente decidí volver al gimnasio. La actividad deportiva, confieso, nunca ha sido mi fuerte. He hecho un poco de todo pero nunca me he mantenido ahí lo suficiente como para considerarme al menos un Godín de alto rendimiento. Pero ahora que todos son runners o crfossfiteros y tienen una vida sana y balanceada pues a uno le da por preguntarse ¿por qué yo no? O también por pensar qué pena que yo no.

Así pues, decidí hacerme miembro de un gimnasio exclusivo para mujeres que se ubica relativamente cerca del trabajo. El lugar no cuenta con ningún tipo de aparatos, lo cual es ideal para mí porque –no le digan a nadie pero- yo no sé hacer aparatos de manera correcta. En cambio, ofrece una gran variedad de clases diversas, lo que permite que a uno no le gane el aburrimiento de apostar siempre a la misma rutina. O al menos eso pensé yo.

Las primeras clases que tomé fueron las de yoga. Definitivamente el yoga tiene su complicación. A mi favor tengo algo de flexibilidad, sin embargo, pierdo puntos en aquello del equilibrio. Y me he salvado al menos un par de veces de caer durante un cambio de posición en el que pierdo el control del tapete.

Después de haber superado de forma más o menos decente el asunto del yoga, tomé una clase de jazz. Como podrán imaginarse, no hay saxofones y la clase es cualquier cosa menos jazz. Trata más bien movimientos aeróbicos que se hacen de manera rítmica con música de fondo. Dichos movimientos se ven extremadamente sexys en la instructora mientras que a las pupilas nos hacen ver como si fuéramos una especie de Robocop con polio. Y además el lugar está equipado con espejos en cada una de las paredes para que una no pierda detalle, en ningún momento, de la manera ridícula de cómo se mueve.

Cardio ball, fue la siguiente opción. Llegué a ella ya un tanto adolorida y un mucho apenada con mi totalmente ausente condición física. ¿Se acuerdan de las clases de aerobics que hacían nuestras mamás? Pues más o menos la misma cosa, simplemente súmenle una pelotota de esas que se usan en pilates y una instructora súper gritona. El asunto es hacer ejercicios aeróbicos botando la pelota o llevándola de un lado a otro, mientras la sujetamos entre las manos. Esto requiere no sólo condición física sino además coordinación. Mucha. Esa, también la salgo debiendo.

Así que decidí intentar una clase en la que –ilusamente- creí que me iría mejor: baile. Después de haber tomado lecciones de baile un tiempo, pensé que esta sesión sería más lúdica y menos demandante físicamente. No pude estar más equivocada. De entrada, la profesora espera que uno sepa todos los pasos básicos de cada uno de los ritmos: cumbia, salsa, bachata, reggaetón, etcétera. Y así transcurre una hora mientras uno pasa de una canción a otra, siguiendo la -bastante demandante- coreografía y sintiendo que llevamos dos horas sin parar cuando apenas han transcurrido escasos veinte minutos.

El más reciente esfuerzo por la vida sana me llevó a lo que llaman entrenamiento funcional. Dadas las experiencias anteriores, opté por no hacerme ideas –y menos ilusiones-. Descubrí que lasesión implica diferentes estaciones. Cada una de ellas con algún tipo de ejercicio específico y un tiempo determinado. Cuando la música lo indica, se hace el cambio de estación. Y así sucesivamente hasta que uno muere, claudica o la instructora indica que la hora ha terminado.

Dimos inicio trabajando el brazo con mancuernillas. Pronto gané la atención de la instructora cuando me indicó que había elegido las de menor peso y que requería de unas con al menos el doble de peso para el trabajo en esa estación. Después pasamos a hacer saltos que concluían en sentadillas. De ahí hicimos algo así como unas lagartijas para dummies en las que había que levantar el dorso del suelo sólo con la fuerza de los brazos. Repetidamente. Luego saltábamos sobre unas tablitas de madera levantando las rodillas y seguíamos hacia las pelototas de pilates sobre las que nos rodamos boca abajo hasta dejar las rodillas en el aire, manteniendo el equilibrio, haciendo fuerza con el abdomen y sosteniendo el peso corporal con las manos.

Diré sin pena que ésta última ha sido la única clase de la que claudiqué tras unos honrosos 40 minutos de esfuerzo y de que mi única compañera de clase se fuera a casa después de apenas completar dos rondas en todas las estaciones. Y supondré que es innecesario que les describa la manera cómica en la que camino ahora o el dolor muscular que se ha vuelto el pan de cada día durante las actividades más cotidianas como lavar trastes, doblar ropa, teclear en la computadora, estar sentada en una silla o estar despierta e incluso dormida.

Así pues, veo dos opciones en el horizonte: conquistar la cima de la actividad física constante y disciplinada o morir en el intento a causa de algún calambre (antes o después del gimnasio) , una caída a las afueras del metro o de cualquier otra forma ridícula.