• La amistad de un jugador sirio que huyó de la guerra a Alemania y de un futbolista alemán que enseña el idioma a cambio de que cocine.
  • Por Jennifer Weese (dpa)

Mohamad Awata de Siria y Christian Köppel, alemán, se divierten en el campo de entrenamiento del club de fútbol Schweinfurt, de la liga regional bávara. Se ríen. Son dos jóvenes con historias muy diferentes, pero son amigos íntimos, casi hermanos.

¿Qué los une? La gran pasión por el fútbol. Cuando se encontraron por primera vez en el vestuario de su antiguo club, el 1860 Múnich, fue Köppel quien se acercó a Awata, que por entonces tenía 22 años. Entre ellos nació una estrecha amistad. Tanto que en Schweinfurt los dos viven juntos en un apartamento compartido.

Mohamad Awata tiene, sin embargo, dos vidas: una en Siria y otra en Alemania. Como jugador profesional, allí jugó en el Al-Wahda Damasco, de la primera división siria, e incluso llegó a formar parte de la selección nacional Sub-21 de su país.

Fue entonces cuando estalló la guerra, dejando sin lugar al fútbol, convirtiendo todo en una cuestión de supervivencia. Entre 2012 y principios de 2016, Awata apenas tuvo oportunidad de jugar. Durante cuatro años estuvo aislado en su barrio, sin poder escapar. Su madre murió a causa del desprendimiento de unos escombros y también perdió a otros miembros de su familia y a varios amigos.

“Estuve en Siria durante la guerra, el peor lugar del mundo. Y el lugar en el que vivía era el peor de todos dentro de Siria”, relata Awata.

Muchos de sus colegas y amigos tuvieron suerte. Vivían en barrios donde podían jugar al fútbol y de donde lograron escapar. Ahora juegan en los mejores clubes de Arabia Saudí, en Emiratos Árabes Unidos o incluso en Egipto. La mayoría de ellos está en la selección nacional de Siria. “Desafortunadamente perdí cuatro años”, dice el futbolista, que hoy tiene 26 años.

Quién sabe dónde podría haber llegado a jugar. No obstante, cuenta todo sin amargura, sin pesimismo. “He visto dos vidas y observado la muerte con mis propios ojos”, asegura.

Toda esa experiencia hizo de Awata una persona más humilde, también más tranquila. Después de todo, el mayor estrés al que se enfrenta ahora es el de no marcar un gol o el de permanecer en el banquillo durante un partido. Ya no tiene que temer por su vida.

Awata habla de su destino con bastante libertad. Habla bien el alemán, aunque de manera algo tosca. Cuando llegó a Alemania, no sabía nada de alemán ni de inglés, el fútbol era su idioma. Entrenaba siempre que podía, mayormente por su cuenta. “Puedo hacer cualquier cosa con el balón”, afirma “Mo” Awata.

En el campo, los demás vieron que sabía manejarse con el balón y le dejaron seguir jugando. A través del fútbol se pueden construir vínculos humanos sin tener que hablar el mismo idioma. “Creo que esto también es importante para la integración de los refugiados”, opina Köppel, su amigo y compañero de equipo.

Sin embargo, llegar al fútbol profesional resulta difícil. Hay muchos talentos y muchos se quedan en el camino. Especialmente si se viene de fuera y no se tiene contactos en los clubes. “Es un 50 por ciento de contactos y un 50 por ciento de calidad”, dice el sirio.

Él lo tuvo. A través de un par de gestiones, estableció contacto con el entonces entrenador del 1860 Múnich, Daniel Bierofka. En abril de 2016 pudo jugar para el equipo bávaro y se quedó allí. Desde enero de este año, forma parte del Schweinfurt.

Awata nunca ha asistido a un curso de alemán. En cambio, él escucha. Desde un principio aprendió el idioma en el vestuario. El hecho de que hoy pueda comunicarse tan bien se lo debe a Köppel, su compañero de apartamento. Los dos tienen un trato: clases de alemán a cambio de comida. Porque eso sí, Awata sabe cocinar muy bien.

Los dos se llevaron bien enseguida. “Aunque al principio solo nos conocíamos poco, empezamos a de inmediato a hacernos bromas”, dice “Köppi”, como llaman los aficionados y amigos al jugador nacido en Múnich.

El germano también fue la primera persona que se ocupó del sirio en el club muniqués. Durante sus vacaciones, aprendió algo de árabe y le decía a Awata “maija, maija”, que significa “excelente, excelente”.

Por su parte, Awata supo inmediatamente que Köppel era una “buena persona”. Se hicieron muy amigos, si bien no pasan la Navidad juntos. Mohamad Awata la celebra con la familia que se ocupó de él mientras vivía en un campo de refugiados en Stuttgart, cuando su segunda vida apenas comenzaba.