La importancia de ser Padre

NOSCE TE IPSUM Por: Josman Espinosa Gómez

Ahora que acabamos de celebrar el Día del Padre, se presta la oportunidad para reflexionar sobre este rol, ya que algunas veces pensamos que esta condición se limita un factor meramente biológico: el que nos haya aportado la mitad de la carga genética. Este error que cometemos frecuentemente como sociedad, nos impide ver que ser padre va más allá de la cuestión biológica e incluso de las funciones de proveer y cuidar a la familia.

Ser papá es distinto que ser madre. Por una parte, es el rol materno el encargado de introducir al hijo al mundo de los afectos mientras que el paterno es el que le proporciona independencia y lo ayuda integrarse al mundo exterior. Cuando la madre se vincula con su hijo, crea una relación similar a la de pareja con él, ya que los sentimientos y la química cerebral tienen una fuerte presencia, generando una entrega total. Sin embargo, a la larga, este tipo de relación no es sana, pues limita al retoño en su autonomía. Aquí donde la función del padre cobra relevancia, pues es él quien separa esa relación madre-hijo, dotándole de libertad al infante. Por ello, es de suma importancia contar con ambos roles, pues esta dualidad genera el adecuado equilibrio en el desarrollo psico-emocional del infante.

El padre brinda un aliento psicológico y abre el camino para que su hijo se ubique como un ser independiente, al mismo tiempo que le da libertad a la madre –un respiro-, que siempre corre el peligro de ser esclavizada en su rol.

Es pues el progenitor el que introduce a su vástago a la realidad, pero no a la misma realidad a la que está acostumbrado con la madre donde ésta procura evitarle sufrimientos; sino a una que le permite el ejercicio del autocontrol –pues no recibe todo de manera inmediata- y, al mismo tiempo, lo confronta con la tolerancia a la frustración; incitándolo a comprender la realidad y que, a través de esta comprensión, sea capaz de entender lo que puede estar sintiendo el otro, es decir, ser empático

¿Quién nos enseñó a andar en bicicleta, a nadar o nos llevó al zoológico por primera vez? El padre, al ser más arriesgado, es quien amplía el horizonte del hijo dándole mayor oportunidad de ser autónomo. Por eso es común que la primera vez que hacemos algo nuevo en nuestra infancia sea acompañados por nuestro padre y es esta figura la que, tradicionalmente, nos ha aportado valores como la autoridad, la disciplina y la imposición de una jerarquía familiar y, en la naturaleza de sus funciones, nos ha dotado de equilibro.

Por lo tanto, el papel del padre es esencial y la valoración que tenemos de él depende mucho de su compañera en la paternidad. Al final del día, la sociedad no quiere padres perfectos, sino honestos y es importante que el padre sea un modelo de conducta, con valores, consecuente con lo que piensa y hace porque esa es la mejor escuela que se puede tener.

Hagamos el esfuerzo de respetar el estilo de actuación del hombre, que es masculino y que complementa al de la mujer. Cuando esto se entiende, la mujer gana libertad, los hijos logran su equilibrio y la pareja gana confianza. No olvidemos que “los padres no son madres defectuosas, son solo padres”.