• Por Bruno Eduardo Aceves 
  • “Que la vida va y viene y que no se detiene…”
  • Alejandro Sanz, Corazón Partio

Para llegar a La Ribera, Jalisco, crucé el mismo río que divide la ciudad en que vivo. Atravesé un puente como suelo hacerlo cada semana. Una policía en la orilla me recordó a Caronte en la laguna Estigia. La diferencia es que ella tenía la mirada en su teléfono. Tal vez por eso no pidió las monedas que cobra el barquero por ir al inframundo.

El ambiente en La Ribera, Jalisco era todo de duelo. Los cohetones molestaron mis oídos como siempre, pero la imagen que me desquebrajó la mirada fue la de niños con ramos de flores y globos blancos en señal de luto. Cada calle que atravesábamos era un clon de la anterior. Los toldos en el arroyo vehicular anunciaban un velorio en cada hogar que pasábamos.

En la plaza estaba el kilómetro de ayuda. Billetes de 20, 50, 100 pesos hacían fila. Eran más las monedas que se atravesaban a su paso. De peso, de cinco, alguna de diez. Los voluntarios pedían piedras para que el papel moneda no volara por un viento otoñal cargado de tristeza. Todos estaban con la mirada perdida queriendo evadir una realidad que iba a llegar a las 4 de la tarde con la misa de cuerpos presentes.

Lo confieso, me costó trabajo no llorar en la transmisión en vivo. Mis maestros, mis colegas, mis amigos que son verdaderamente periodistas no me lo hubiesen permitido. Por eso sólo soy un reportero y espero seguirlo siendo. Recordé tanto esa frase que me dijo Germán Dehesa en la primera entrevista “seria” que hice: No podemos ser objetivos porque no somos objetos. Somos subjetivos, porque somos sujetos.

Encontré a un antiguo compañero de trabajo de Televisa, lo vi con gusto, pero no pude expresárselo. Llegué hasta La Ribera después de haber visto un video desgarrador de una mujer muy herida en lo físico, pero más en lo anímico por la pérdida de sus hijos, y por si fuera poco, en lo económico al no tener recursos para su operación.

No iba a ser BRUNOTICIAS quien vendiera el morbo, me rehusé. Decidí pasar del qué, quién, cómo, cuándo, dónde y por qué al “qué podemos hacer para que esto mejore, o por lo menos no empeore”. Quise ir, no al lugar del accidente, sino al sitio donde de tajo ya no estarán hombres mujeres y niños que antes deambulaban.

La Ribera tiene mala fama, pero también buenas personas. Cuando terminé la transmisión, mis interlocutores me dijeron que fuera al panteón. No me gustan los camposantos. Espero nunca ocupar un lugar en algún panteón. Pero el instinto periodístico pudo más y fui. Una arboleda me recordó a las “trancas” cruzó Cruz Treviño antes de partir al otro mundo.

En el cementerio había una retroexcavadora y un grupo de personas. José Guadalupe Razo Padilla, quien normalmente es el encargado de agua de la delegación, me narraba cómo todos en el pueblo se habían unido para una labor desgarradora, aunque indispensable ante las circunstancias. Los entierros de su gente.

El municipio cedió sin cobro los terrenos del panteón y puso cemento, tabique, grava y arena. Los ribereños, más de 60, hasta 100 en ciertos momentos, construyeron las 19 gavetas donde esta tarde fueron depositados los cuerpos de las víctimas mortales del accidente.

Cuando salí del panteón sentía una loza en los hombros. Hacía recuento de personas. ¿Por qué van 22 muertos, treinta y tantos heridos? ¿No le caben 40 pasajeros a un camión? ¿Serían niños todos los pasajeros extras? ¿Fue una falla mecánica? ¿Acaso una imprudencia humana? ¿Por qué a estas personas que regresaban de una peregrinación? Cada pregunta parecía uno de los cohetones que estallaban afuera.

Llegué a Yurécuaro, ahí las cifras y los datos duros, se convirtieron en personas. Una familia que se quedó sin padre, sin dos hijos y una madre que agoniza. Otra que pelea entre la vida, la muerte y cómo pagar la cuenta del hospital. Ahí es cuando la nota policiaca, se convierte en social, tal como me dijo Brenda Orozco.

Hace unos momentos, Jorge Hernández, Director de Comunicación de Yurécuaro, me informó que recaudaron $216 mil 651 pesos con el kilómetro de ayuda en La Ribera. Es una cantidad que sólo podrá paliar la pena, pero la hará más llevadera. Mañana se realizará una colecta similar en Yurécuaro. Espero que obtenga por lo menos la misma cantidad. De nosotros depende. (Cuando digo nosotros, me refiero a todos los que estamos leyendo esto).

En los últimos 15 días me revolotea una y otra vez la frase: ¡Qué frágil es la vida! Después no dejo de preguntarme: ¿Por qué el mexicano se crece tanto ante la adversidad? Al final recuerdo que muchas de las grandes obras literarias y artísticas, los avances tecnológicos y algunas de las construcciones más magnificentes se realizaron cuando todo parecía irse al infierno.

Por eso, cuando sea mi momento. Antes de cremar mis despojos y llevarme al bosque, pongan en mis ojos dos monedas, como pago a Caronte, al barquero, para que se apiade de mi alma. Pues si hay un inframundo, debe ser como el que están viviendo en estos momentos en La Ribera, donde su gente está viva… pero  con el corazón partio.