DEVENIRES COTIDIANOS, por Susana Ruvalcaba*

Como quizás han podido inferir en mis colaboraciones anteriores, mi grupo de amigos se compone un 95 por ciento de hombres y un 5 por ciento de mujeres (con ± 5 por ciento de margen de error). Luego entonces, mis amigos varones han tendido en algún momento –si no es que constantemente- a preguntarme por ciertos misterios femeninos: conductas, respuestas, afecciones, que consideran que, por el hecho de estar clasificada en este género, comparto y entiendo.

Algunos de estos misterios, confieso, han despertado mi espíritu antropológico y me han llevado a conducir improvisadas observaciones y experimentos científicos –que tienen más de ocurrencia que de ciencia-, con el fin de alcanzar alguna que otra explicación que arroje un poco de luz sobre las mujeres a mi masculina audiencia.

Una de las preguntas más recurrentes a lo largo de estos procesos dialécticos con los caballeros ha sido la de por qué las mujeres suelen ir acompañadas al baño de una o más de sus amigas. Pareciera que la falta de conocimiento sobre el tema lo ha vuelto un misterio pero la verdad sobre el baño de mujeres es más pragmática y menos enigmática.

Así que, si hay alguien que aún se pregunte la razón del por qué las mujeres van juntas al baño, aprovecho este espacio –que podré referenciar en ocasiones posteriores- para compartir con ustedes mis mayores descubrimientos sobre el tema.

Antes que nada, quien quiera que se haya topado en su vida con esas largas y casi interminables filas que se hacen para esperar el turno en el baño de mujeres entenderá la naturaleza invaluable de la compañía. La espera se hace más llevadera cuando tienes a alguien con quién distraer tu mente –esperando que también se te distraiga un poco la vejiga- mediante la conversación. Así que, ir acompañada es mejor que ir sola.

En segundo lugar, ¿han visto la cantidad de cosas que cargamos las mujeres? El problema no es llevarlas con nosotras al baño sino el cómo hacer lo que tenemos que hacer, mientras llevamos todas estas cosas con nosotras. Por ello, qué mejor que tener la libertad de encargar nuestra carga con la amiga que asume la función de guardarropa, para que nosotras podamos libremente hacer uso del sanitario. Sin preocuparnos de que algo se nos caiga al piso del baño de mujeres al tener que maniobrar con todo eso.

Ya sabrán que es una regla universal que ningún baño público que se precie de serlo, tiene puertas con pestillos funcionales. Hay de dos sopas: que las puertas de los baños no cierren bien o que de plano no cierren. Luego entonces la amiga juega el papel de resguardarnos la puerta para que a ninguna otra despistada le dé por abrirla de golpe cuando estamos a la mitad de nuestros asuntos. Lo cual, por supuesto, es incomodísimo.

Adicionalmente, la falta de papel higiénico es un clásico de los baños públicos. Y lo más común es que te das cuenta de dicha falta una vez que estás a la mitad del asunto –cuando la Ley de Murphy nos alcanza-. Entonces, es fundamental contar con la amiga para que explore los otros sanitarios en busca del preciado papel del baño o de menos te pase una servilleta olvidada o un pañuelo desechable de medio uso del cual echar mano.

Y entre las razones para ir juntas al baño no podía faltar el libre intercambio de opiniones conocido popularmente como chisme. Indudablemente, el baño es ideal para comentar sobre lo que está pasando afuera, colaborar a la otra con observaciones u opiniones sobre los demás, especialmente, sobre los que están presentes en el sitio. Observaciones y opiniones que, obviamente, no queremos hacer públicas. Un buen ejemplo de esta realidad es aquella canción ochentera de Mijares y su ejemplificadora frase: “salió del baño de mujeres y mi reputación voló”.

En mi experiencia, el tener la necesidad de acudir a un baño público a hacer pipí en la posición de aguilita –una de las principales lecciones de vida transmitidas infaliblemente por nuestras madres- mientras llevo tacones puestos y el abrigo enroscado en un brazo tratando de que por ningún motivo toque el poco higiénico piso, sin contar con la bolsa de cuatro kilos colgada al cuello que dificulta el equilibrio y afecta la concentración para terminar saliendo del tortuoso proceso con la vejiga vacía y falda atorada en la ropa interior, dejando expuesta mi parte trasera sin que me dé cuenta, me hace recordar la importancia de ir acompañada.

Así que, queridos teóricos de la conspiración y hombres que se quejan del tiempo que tardamos en hacer una visita al baño de mujeres, espero que logren entender que el hecho de ir acompañadas al baño tiene un fundamento practico y nada místico. Seguro que sus visitas a los sanitarios no son una aventura en cada viaje… ¿verdad? Sirva también este artículo para que las mujeres puedan ilustrar a varios del género masculino.

Susana Ruvalcaba: Comunicóloga por gusto. Maestra en política pública por afición y maestra en desarrollo y cambio cultural por ventura. Tiene más de tres décadas de edad, cinco canas, y carece de lugar fijo de residencia. En sus horas libres disfruta de la lectura y la reflexión y escribe sus Devenires Cotidianos en Brunoticias.