• Por Andrés Beltramo Álvarez. Corresponsal

Ciudad del Vaticano, 24 de Diciembre de 2018 (Notimex).- En el sermón de su misa de Nochebuena, Francisco aseguró que el nacimiento de Jesús cambia la historia y quiebra la “insaciable codicia”, la “voracidad” y la “avidez” que atraviesan la historia de la humanidad.

Desde el altar mayor de la Basílica de San Pedro, ante miles de personas incluidos 25 obispos, 350 sacerdotes, diplomáticos y fieles en general, sostuvo que “el cuerpecito de un niño indefenso” es capaz de proponer un modelo de vida nuevo: no devorar y acaparar, sino compartir y dar.

“Parece que el tener, el acumular cosas es para muchos el sentido de la vida. Una insaciable codicia atraviesa la historia humana, hasta las paradojas de hoy, cuando unos pocos gozan de un banquete espléndido y muchos no tienen pan para vivir”, lamentó.

Recordó que el nombre Belén, la localidad palestina donde nació Jesús, significa “casa del pan”. De allí, aseguró que ese pequeño tenía como destino convertirse “en alimento para toda la humanidad”, no como la comida del mundo que “no sacia el corazón”.

“En Belén descubrimos que Dios no es alguien que toma la vida, sino aquel que da la vida. El cuerpecito del niño de Belén, Dios se hace pequeño para ser nuestro alimento. Nutriéndonos de él, pan de vida, podemos renacer en el amor y romper la espiral de la avidez y la codicia”, continuó.

Agregó que frente al nacimiento, los seres humanos pueden comprender que el verdadero alimento de la vida no son los bienes materiales sino el amor, no es la voracidad sino la caridad, no es la abundancia ostentosa sino la sencillez que se ha de preservar.

“En Belén descubrimos que la vida de Dios corre por las venas de la humanidad. Si la acogemos, la historia cambia a partir de cada uno de nosotros. Porque cuando Jesús cambia el corazón, el centro de la vida ya no es mi yo hambriento y egoísta, sino él, que nace y vive por amor”, siguió.

Por eso, invitó a todos a preguntarse cuál es el alimento insustituible en la propia vida, ¿es Dios u otro? Llamó a admirar la tierna pobreza del niño Jesús en la gruta y descubrir en él una “nueva fragancia de vida”: la sencillez.

Entonces, insistió en convocar a cuestionarse: ¿Necesito verdaderamente tantas cosas, tantas recetas complicadas para vivir? ¿Soy capaz de prescindir de tantos complementos superfluos, para elegir una vida más sencilla?

Luego evocó la imagen de los pastores, que en esa noche se llenaron de temor al recibir el anuncio de la Navidad. Sostuvo que, así como ángeles dijeron: “No teman”, Dios repite “ese estribillo” a lo largo de la historia. Por eso él se hizo un niño tierno, para que su presencia no provoque temor.

“No teman: no se lo dice a los santos, sino a los pastores, gente sencilla que en aquel tiempo no se distinguía precisamente por la finura y la devoción. El hijo de David nace entre pastores para decirnos que nadie estará jamás solo; tenemos un pastor que vence nuestros miedos y nos ama a todos, sin excepción”, abundó.

Según Francisco, los pastores de Belén muestran cómo ir al encuentro de Dios: hay que velar por la noche, no dormir, permanecer vigilantes, estar despiertos en la oscuridad, porque al final la claridad los envolverá.

Pero -aclaró- no debe ser una actitud presuntuosa, basada en las propias fuerzas y en los propios medios, porque en esos casos el corazón permanece cerrado a la luz de Dios.

Explicó que a Dios le gusta que lo esperen, y no es posible hacerlo “en el sofá” o “durmiendo”. Como los pastores, que fueron corriendo.

Ellos -recordó- no se quedaron quietos como quien cree que ha llegado a la meta y no necesita nada, sino que fueron, dejaron el rebaño sin custodia y se arriesgaron por Dios.

“Después de haber visto a Jesús, aunque no eran expertos en el hablar, salen a anunciarlo, tanto que ‘todos los que lo oían se admiraban de lo que les habían dicho los pastores’. Esperar despiertos, ir, arriesgar, comunicar la belleza: son gestos de amor”, estableció.

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