DEVENIRES COTIDIANOS, por Susana Ruvalcaba

El vuelo se retrasó. Estamos haciendo un esfuerzo para que todos lleguen a casa y puedan pasar esta noche con su familia, anunció el piloto. Hacía un frío húmedo y la hora de llegada se postergó hasta la media noche. No hay servicio en el subterráneo. ¡Vaya manera de pasar Noche Buena! Hubo que tomar un taxi –no habría servido de mucho quedarnos en el aeropuerto esa noche pues el servicio de tren subterráneo no se reanudaría por completo aquel día tampoco-. Ese fue el taxi más caro que se haya pagado nunca en la historia.

El hostal nos recibió a pesar de ser tan tarde y nos otorgó una habitación en un cuarto piso, a la que había que subir por las escaleras de caracol que además se antojaban, ante mis ojos de cansancio y molestia, estrechas. Subir con aquella maleta a cuestas, instalarte en esa cama alquilada por un par de días y tratar de concebir el sueño –y un decente descanso- entre el ruido y el incesante vaivén de los otros inquilinos del lugar no fue fácil.

Quizá no hubo ninguna ciudad europea de las visitadas aquella vez en las que caminara tanto como en ésta, la capital del Reino Unido. No caminé por gusto ni con el deseo de experimentar la ciudad –su clima, su gente, su ambiente- sino más bien ante la necesidad de sustituir la falta de subterráneo por una opción que no fuera el costoso servicio de taxi. Al final, fue necesario sucumbir ante el vergonzoso empleo de un hop on hop off tour.

El Londres de aquella vez se me mostraba frío, indiferente, casi inhóspito. No había estado en mis planes volver y sin embargo, el verano abrió la puerta a la ciudad inglesa como un punto de partida. Llegué a ella escéptica. Las primeras diferencias las marcaron el clima y la hora de llegada: hacía calor y había luz de día. Recorrí la carretera del aeropuerto a Stevenage, donde habría de hospedarme y durante aquellos 66 kilómetros pude contemplar el verde que iluminaba el paisaje a mis costados y empezar a apreciar un poco de la majestuosidad de la ciudad más grande de la Unión Europea –unos 90 kilómetros más extensa que nuestra Ciudad de México y con apenas medio millón de pobladores menos que ella- hasta que el Brexit entre en vigor y los separe.

La aventura real comenzó cuando tomamos el tren de Stevenage a Kings Cross una de las estaciones de ferrocarril más importantes de Londres –ubicada en el distrito de Camdem, al noreste del centro de la ciudad-. La estación, además de contar con una particular belleza arquitectónica que une su diseño original de 1982 con uno más moderno que data apenas del 2012 y en que se le adicionó una explanada metálica cuyas ramas se extienden sobre el espacio a manera de techo cubriendo a aquellos que se adentran a este histórico sitio.

Si son fanáticos de Harry Potter y están buscando el camino a Hogwarts, este aquí a donde deben de acudir a buscar el expreso, de acuerdo con J. K. Rowling. Quizás no encuentren el andén 9 ¾ pero seguro sí logran llevarse un suvenir de la tienda de Harry Potter situada ahí. Los ingleses están muy orgullosos de este fantástico mago y su historia. Y si son más de la vieja guardia, también pueden visitar 221B Baker Street y saludar la estatua de Sherlock Holmes. Los personajes de ficción son un orgullo nacional para los ingleses.

Londres es una ciudad extensa y llena de personas que hacen ahí su día a día. Quizás por eso ahora me parece menos vergonzosa la opción de hacer turismo en uno de los autobuses de dos pisos inspirados en el Routemaster que se puso en servicio con la intención de mejorar el servicio público de Londres en 1956 y que se volvió un ícono de la ciudad. St. Pancras –junto al lado de Kings Cross- es uno de los mejores lugares para arrancar el recorrido.

Esta ciudad fundada como centro de comercio por los romanos hace ya dos milenios, cuenta con una amplia gama de lugares icónicos desde el Big Ben y el Palacio de Westminster hasta el Palacio de Buckingham con su cambio de guardia, Tower Bridge y Trafalgar Square o hasta sentirse un londinense en cualquier día soleado y darse un descanso y un baño de sol en Hyde Park.

Sin embargo, la ciudad ofrece también otras curiosidades como los flea markets que son una especie de bazar donde se puede encontrar de todo. En domingo, caminando por Thrale Street a la altura de O´meara Street descubrí uno. Había música en vivo, comida, arte y antigüedades desplegados para los interesados en un ambiente cordial.

Mercado de pulgas Flea Market

A unas cuadras de ahí, Borough Market ofrece comida fresca que refleja la diversidad cultural de la capital inglesa. Fruta, jugos naturales, mariscos, helados y un agradable espacio donde sentarse a disfrutar del lunch o de café y postre sin importar si vives ahí o estás de paso.

Pero en Londres también se vive indignación y preocupación. A penas en las 48 horas de mi tránsito, vi dos movilizaciones de bomberos, tres de policías –en una de ellas mientras intentaban ingresar a un edificio cerca de Borough Market- y otras tres de ambulancias. De hecho, el ataque terrorista del pasado 4 de junio tuvo lugar en las inmediaciones de Borough Market y el puente de Londres y se ha improvisado un pequeño memorial con flores, banderas y post-its para recordar a las víctimas.

La policía de Londres está más alerta que nunca y la belleza y civilidad de las calles de esta majestuosa ciudadse ve empañada por el nerviosismo causado en estos ataques.

Absolutamente nadie merece vivir con miedo.