Tres reyes magos, los astros y el destino de los hombres

Se dice que en la biblioteca de Alejandría había cientos de rollos en papiro y pergamino que contenían profecías astronómicas de todo tipo, que varias hablaban de un monarca universal pero que muchas fueron calcinadas con el famoso incendio que provocó el arrogante y autodenominado “semi-dios” Julio César, no sabemos con qué intención, pues había llegado al poder con dineros de ciertos judíos de Roma.

Abraham tuvo que vivir entre caldeos supersticiosos y muy dados a explorar el espacio sideral, y está comprobado que a pesar de eso ellos hicieron descubrimientos asombrosos. Él mismo parece que acostumbraba auscultar de vez en cuando las estrellas desde la terraza de su casa en Ur y Jarán, y sería exagerado negar que aquel semita adorador de un dios único e invisible, entre tantos paganos idólatras y politeístas, no llamara a este propósito la atención de estos.

En una noche de esas oyó la voz de su Dios que le ordenó salir de la casa de su padre y de ese país y tomar un rumbo que seguramente se guiaría por las estrellas hasta una tierra prometida donde manaba miel y leche. Abraham obedeció confiado, dejando las comodidades de una civilización ya muy avanzada para irse a vivir en toldas en medio de los peligros del desierto. A la exigente y desconfiada Sara no le debió gustar mucho aquella idea.

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Los reyes magos -cuyas reliquias reposan en la Catedral de Colonia– eran continuadores de esa tradición. Convergieron desde pequeños reinos feudales diferentes y ni se conocían entre ellos, o tal vez apenas tenían lejanas referencias unos de los otros. Eran astrónomos porque en aquellos tiempos también los buenos gobernantes patriarcales acostumbraban consultar los astros pero para regir mejor a sus pueblos en busca de favorables oportunidades y tomar decisiones. Quizá eran restos de los conocimientos que tenía la humanidad en el Paraíso Terrenal. Conocían la existencia y la historia del pueblo judío que habiendo salido de Egipto donde estuvo esclavizado, se había lanzado al desierto en un éxodo que debió ser legendario en todo el medio y cercano oriente, porque lo acompañaron prodigios sobrenaturales que corrieron de boca a oído por tribus y pequeños reinos. Además los reyes estaban enterados de la profecía de Balaan, el astrónomo cuyos oráculos aterrorizaron al rey Moab. (Nu 24,17)

Auscultaban cada uno por su lado el cielo y sus ángeles regidores con el fin de precisar cuándo se daría el nacimiento del que llevaría el cetro de Israel para siempre. Era pues necesario conocer ese futuro rey y desde ya tener buena amistad con él y su gente.

Muchos judíos exploraban también el cielo y trataban de relacionar las profecías de su pueblo con las de los astros. Sin embargo es probable que los más acomodados ya dentro del establishment de la pax romana, estuvieran pensando que el mesías profetizado nacería de alguna manera vinculado con el poder de Roma como lo fue Moisés con el de Egipto, pero no relacionaron la orden del censo mandado por Augusto a todos sus súbditos. Quizá algunos vieron la estrella y no le hicieron ningún caso y solamente la presencia de los reyes magos conmocionando a Jerusalén con el boato de sus séquitos y lujos, los pusiera a pensar un poco, pero no con buenas intenciones y dejaron tranquilamente que Herodes hiciera de las suyas en Belén, como tampoco harían nada años después para defender a San Juan Bautista.

El universo y sus astros todavía hoy guían a navegantes marinos y aéreos, incluso a la NASA. Es una necedad dejar de consultarlo simplemente porque algunos astrólogos agüeristas lo vinculan con creencias paganas. De esas lejanías también vienen sabios mensajes. La estrella de David es un hecho y su luz angélica condujo a los reyes magos con exactitud maravillosa hasta el lugar donde nació el monarca universal, que regirá el mundo hasta la consumación de los siglos: un judío hecho Dios en la casa Real de David, pero aparentemente derrotado y fracasado sin ninguna posibilidad de triunfar.

Lo que probablemente los buenos reyes maravillados no alcanzaron a calcular es que a ese rey le coronarían con espinas, su trono sería un madero en forma de cruz, en cambio de escuchar de sus súbditos alabanzas y elogios escucharía improperios y blasfemias, no lo revestirían con preciosas gemas sino con el rubí de los azotes, y cubierto con una capa sucia, agujereada y vieja -precisamente de algún legionario romano- lo llevarían a la muerte bajo una acusación amañada.

Las profecías se cumplen pero las interpretaciones varían a veces extraviadas por el amor propio y las ambiciones terrenas. Cuando la toma de Jerusalén por Tito, algunos historiadores relatan que durante todo el tiempo se veía un astro resplandecer en el día e iluminar en la noche sobre la ciudad. Los grandes sacerdotes y caudillos de la rebelión juraban que era la protección de Yahveh. Los cristianos vieron en eso -dice un excelente sacerdote jesuita novelista- una estrella que brillaba como una cruz espada castigadora, y recordaron a tiempo y con fe las profecías del Señor para proteger probablemente la obra que había hecho la Virgen con los apóstoles y la diminuta semillita de su Iglesia…

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