Por: Josman Espinosa Gómez

Viajar ha sido históricamente sinónimo de exploración, descubrimiento y aventura. Sin embargo, más allá del turismo y el ocio, el acto de desplazarse hacia un lugar distinto al habitual puede tener implicaciones profundas en la salud mental y emocional. Diversos estudios en psicología, neurociencia y salud pública respaldan la noción de que viajar puede ser una herramienta terapéutica eficaz, no solo como medio de evasión momentánea, sino como catalizador de crecimiento personal, regulación emocional y reconstrucción del sentido de vida. ¿Por qué nos sentimos mejor cuando viajamos? ¿Qué procesos mentales y emocionales se activan durante un viaje? ¿Puede realmente un cambio de entorno convertirse en un cambio interior?

1. El cerebro necesita novedad

El cerebro humano está diseñado para adaptarse, pero también para estimularse con lo nuevo. Diversos estudios neurocientíficos han mostrado que la novedad activa el sistema dopaminérgico, asociado con el placer, la motivación y el aprendizaje. Viajar expone al individuo a nuevas lenguas, paisajes, sabores, sonidos y culturas. Esta estimulación sensorial y cognitiva puede contribuir a una mejora del estado de ánimo y al fortalecimiento de la neuroplasticidad, es decir, la capacidad del cerebro para reorganizarse y formar nuevas conexiones neuronales.

Por ejemplo, un estudio publicado en *Frontiers in Psychology* reveló que las experiencias novedosas y significativas durante los viajes mejoran la creatividad, la empatía y el pensamiento flexible. Así, cuando una persona sale de su rutina habitual y se enfrenta a lo desconocido, su cerebro se ve obligado a salir del piloto automático, lo que promueve una mayor conciencia del presente y un estado emocional más positivo.

2. Distancia emocional y perspectiva

Uno de los beneficios más citados por quienes viajan en medio de una crisis personal es la posibilidad de “ver las cosas con otra perspectiva”. La distancia física muchas veces se traduce en distancia emocional. Salir del entorno cotidiano, cargado de estímulos que refuerzan el estrés, la ansiedad o la tristeza, permite al individuo observar sus problemas desde otro ángulo.

Desde la psicología cognitiva se ha demostrado que los entornos nuevos permiten una reevaluación cognitiva más eficaz. Es decir, el simple hecho de estar en un lugar distinto ayuda a replantearse pensamientos automáticos y creencias rígidas. El contexto cambia, y con él, la narrativa interna también puede transformarse. Un viaje, por tanto, puede ser un recurso terapéutico para “hacer pausa”, reinterpretar eventos pasados y encontrar nuevas soluciones.

3. Fortalecimiento del yo a través de la autoeficacia

Viajar, especialmente en condiciones no controladas (por ejemplo, mochileando o explorando lugares desconocidos), pone a prueba las habilidades de resolución de problemas, adaptación y toma de decisiones. Esto tiene un impacto directo en la percepción de autoeficacia, un concepto desarrollado por Albert Bandura que hace referencia a la creencia de una persona en su capacidad para manejar las situaciones de la vida.

Al lograr desplazarse en un país con otro idioma, resolver imprevistos, encontrar ayuda y desenvolverse con autonomía, las personas experimentan un fortalecimiento de su identidad y autoestima. Esta sensación de logro personal tiene efectos directos sobre la depresión, la ansiedad y la inseguridad.

4. Viajar como proceso simbólico y ritual

Desde un enfoque más simbólico, viajar puede representar un rito de paso o una transición emocional. Muchas personas eligen viajar tras rupturas amorosas, duelos, crisis vocacionales o cambios importantes de vida. Estos viajes no solo tienen un componente práctico de descanso o exploración, sino también uno profundamente emocional: son una metáfora del tránsito interno que la persona está atravesando.

Así como el viaje físico tiene un inicio, un trayecto y un destino, también lo tiene el viaje emocional. Viajar puede representar la necesidad de cierre, la búsqueda de nuevos horizontes o la construcción de una nueva identidad. En contextos terapéuticos, muchos profesionales recomiendan realizar viajes simbólicos como parte del proceso de reconstrucción personal.

5. El rol de la naturaleza en la regulación emocional

Otro aspecto clave es la conexión con la naturaleza que muchas formas de viaje permiten. Numerosos estudios han mostrado cómo el contacto con entornos naturales (bosques, montañas, ríos, playas) reduce los niveles de cortisol, mejora el estado de ánimo y potencia la concentración y la memoria.

La teoría de la restauración de la atención (Kaplan, 1995) plantea que los entornos naturales permiten la recuperación de la capacidad atencional afectada por el estrés de la vida urbana. Esto explica por qué muchas personas reportan mayor claridad mental y bienestar emocional tras viajes en contacto con la naturaleza.

6. Conexión interpersonal y sentido de comunidad

Viajar también es un espacio para generar vínculos nuevos. Ya sea con locales o con otros viajeros, las interacciones humanas fuera del contexto habitual pueden tener un efecto profundamente terapéutico. Se ha demostrado que compartir experiencias nuevas con otros refuerza el sentido de pertenencia, una necesidad psicológica básica para el bienestar emocional.

Además, el contacto con otras culturas fomenta la empatía, la tolerancia y la comprensión del otro, lo cual puede reducir la rigidez mental y la autoexigencia, frecuentes en personas con ansiedad o depresión.

7. Viajar no es escapar, es integrar

Existe un mito muy común que asocia el viaje con la evasión de los problemas. Si bien es cierto que algunos pueden utilizar el viaje como forma de evitación, también es cierto que, cuando se viaja con conciencia, la experiencia puede ser integradora. Es decir, se trata de volver no para huir, sino para regresar con más herramientas, experiencias y nuevas formas de enfrentar la vida cotidiana.

La clave terapéutica del viaje no está solo en el destino, sino en la disposición interna con la que se viaja. Las preguntas que nos hacemos, los aprendizajes que acumulamos, la capacidad de dejar ir lo viejo para dar espacio a lo nuevo. En ese sentido, el viaje no es solo físico: es un ejercicio de transformación psicológica.

Viajar es mucho más que una actividad recreativa. Es una experiencia que toca múltiples dimensiones del ser humano: lo sensorial, lo cognitivo, lo emocional y lo simbólico. En un mundo donde el estrés, la ansiedad y la depresión se han convertido en problemas globales de salud mental, el viaje puede funcionar como una medicina alternativa o complementaria que no cura por sí sola, pero sí facilita procesos terapéuticos profundos.

Cuando se viaja con una intención consciente, se despiertan recursos internos que permiten reevaluar la vida, reconectar con el presente, descubrir nuevas formas de relacionarse y, sobre todo, sanar. Por ello, los viajes no deben verse como un lujo, sino como una inversión emocional, una pausa necesaria y, en muchos casos, una forma legítima de terapia.

Sugerencias

1. Planifica un viaje con propósito terapéutico: No se trata solo de elegir un destino bonito, sino de preguntarte qué necesitas emocionalmente. ¿Buscar silencio? ¿Aventura? ¿Conexión? ¿Cierre?

2. Combina el viaje con reflexión escrita o artística: Lleva un diario de viaje donde registres tus pensamientos, emociones y aprendizajes. También puedes expresarte a través de fotografía, dibujo o video.

3. Evita viajar solo para huir: Si bien alejarse del entorno puede ayudar, es importante tener claro que los problemas emocionales también viajan contigo. Aprovecha el viaje para observarlos desde otra óptica.

4. Busca la conexión con la naturaleza: Si es posible, elige destinos que te conecten con paisajes naturales. El mar, el bosque o la montaña pueden tener un efecto restaurador profundo.

5. Hazlo parte de tu autocuidado: Considera los viajes cortos como parte de tu rutina de salud mental. Incluso una escapada de fin de semana puede marcar una diferencia significativa.

6. Integra la experiencia a tu vida cotidiana: Al regresar, no pierdas lo aprendido. Reflexiona sobre cómo incorporar a tu día a día las sensaciones, hábitos o ideas que descubriste en el viaje.

7. Consulta con tu terapeuta: Si estás en un proceso psicológico, conversa con tu terapeuta sobre cómo incorporar viajes como parte de tu tratamiento o de tu plan de autocuidado emocional.

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