DEVENIRES COTIDIANOS, por Susana Ruvalcaba.

Mi abuelo paterno tenía una gran afición al circo. Todos mis primos mayores tienen fotos con él en ese sitio, pues acostumbraba llevarlos para compartir con ellos su pasión. Ese gusto suyo tuvo impacto en nuestras infancias, donde visitar el circo era una de las diversiones familiares recurrentes. Recuerdo con cariño dos de los actos que más disfrutaba: los trapecistas y los que involucraban animales, especialmente leones y elefantes.

Me gustan mucho los animales aunque no soy afecta a las mascotas. Mi marido jamás ha logrado de convencerme de tener un perro, aunque por un tiempo, tuvimos en casa una coneja. Mi argumento es el mismo siempre: un animal requiere espacio y atenciones adecuadas, si no eres capaz de proveer eso, entonces tener una mascota es un mero acto de egoísmo. Así que, aunque no me veo teniendo mascotas, sí me molesto con aquellos que las tienen mal atendidas.

Cuando la se aprobó la Ley General de Vida Silvestre, en el 2015, la gente pensó que se estaba haciendo lo correcto. Sacar los animales de los circos parecía una medida adecuada para evitar que estuvieran en malas condiciones, empezando por el cautiverio y siguiendo con la malnutrición y el maltrato. Gran propaganda.

Desgraciadamente, en materia de política pública, el principal error que se comete es hacer un mal diagnóstico de la causa del problema. Es decir, el problema de los circos no era el que tuvieran animales en su posesión sino la necesidad de garantizar que dichos animales se encontraran viviendo en condiciones adecuadas.

Veamos el caso de Estados Unidos y los indigentes, como ejemplo. En el país vecino se han creado leyes para desincentivar la indigencia. Como si las personas decidieran libremente volverse personas en situación de calle. Aunque se han realizado estudios que demuestran que entre el al menos un cuarto de la población indigente padece de alguna adicción severa –alcohol o drogas- mientras que hasta un tercio de ellos tiene alguna enfermedad mental que pudiera impedirles recordar su domicilio o el nombre de sus familias, la tendencia legislativa agrava más de lo que previene este fenómeno social.

Las leyes que criminalizan la indigencia tienen tendencia a prohibir que los indigentes se sienten o duerman en las bancas de las calles. En Sarasota, Florida se llegó al extremo de remover dichas bancas para evitar que las personas en situación de calle hagan uso de ellas y en otros lugares se reprogramaron las horas de riego automático para que, en caso de que la gente decidiera quedarse a dormir en dicho lugar, no pudiera escaparse de ser mojada.

Lo anterior sin contar las legislaciones que prohíben pedir limosna o que consideran delito el brindar alimento a las personas en situación de calle. Incluso, las que consideran que la indigencia misma es un delito que amerita cárcel. Así que un indigente no es sólo un indigente sino también un criminal, lo cual le dificulta acceder a un trabajo o alquilar un lugar para vivir. Es decir, lejos de que la legislación proponga una solución, lo que hace es agravar el problema.

Precisamente lo mismo ha pasado con los animales que pertenecían a los circos. Los animales no son libres ni se encuentran seguros y saludables, sino lo contrario. Acostumbrados como estaban a la vida en los circos, no han logrado adaptarse a los cambios. Se han deprimido, se han enfermado, muchos han muerto. La intención era salvarlos, pero en cambio, fueron condenados.

Con legislaciones equívocas como esta, pierden las familias que dependían de un circo, pierden los animales que estaban resguardados por los cirqueros y perdemos los que disfrutamos de ver las maravillas de estos animales entrenados que muestran su gracia y su inteligencia a su público.

Quizás deberíamos darnos cuenta de que se trata menos de prohibir y más de entender, de sensibilizarnos, de buscar esquemas de garantías. Quizás es momento de aceptar que aún la mejor de las intenciones puede tener la peor de las consecuencias, especialmente en materia de política pública.

Ojalá los legisladores asuman su rol no sólo con sus privilegios sino también con la fuerte carga de responsabilidad que el ejercicio de sus funciones conlleva y en el futuro no tengamos más episodios lamentables como este.