DEVENIRES COTIDIANOS, por Susana Ruvalcaba*
Ya hace tiempo que se discute la instrucción de la FIFA a la FMF de erradicar el famoso grito en los eventos futbolísticos. Personalmente, no me había parecido un tema de gran relevancia. Mi sentido común me indica que este tipo de conductas irrespetuosas no tienen lugar dentro de las actividades deportivas –y en ningún otro lado, si me preguntan-. Sin embargo, tras más de una hora de tratar de razonar con un aficionado defensor del mentado grito, no me quedó más que venir a escribir.
El argumento del defensor es que la palabra puto tiene al menos tres significados –esto en el criterio personal de mi contraparte y no basados en ninguna definición establecida-. El primero es para referirse a un homosexual, el segundo, es el equivalente a decir cobarde y el tercero es sinónimo de mujeriego. Mi contrargumento entonces es que, al menos dos de estas connotaciones –la primera y la segunda, en nuestro contexto machista- resultaban ofensivas. No porque ser homosexual sea malo, sino porque la palabra puto se usa para referirse a los homosexuales de manera despectiva, aclaro.
El siguiente argumento fue que el grito “Ehhh… Puto” era una tradición y que nadie debería de venir a impedirnos o limitarnos llevarla a cabo. Luego entonces, el ofender al portero del equipo contrario en un partido de futbol es –al menos para este sujeto- una práctica que debe ejercerse en el nombre de la soberanía nacional. Incluso, la propia Federación Mexicana de Fútbol envió una carta de defensa a la FIFA calificando estos actos como una “costumbre” de la afición.
En ese sentido he de decir que, según mi investigación, el famoso grito tiene sus orígenes en el año 2000. Se cree –porque esto es una mera hipótesis- que cuando Oswaldo Sánchez, quien se formó en las filas rojinegras, llegó a las Chivas, procedente del América, los atlistas manifestaban su disgusto al arquero a través de esta exclamación. Así que para tradición, le faltan muchos años, creo. Y el que exista un exhorto de una entidad internacional a que deje de llevarse a cabo me parece más bajo la lógica del respeto en general y de la armonía competitiva en lo particular que nada tiene que ver con nuestra soberanía.
Entonces fui acusada de no entender el folclore mexicano y de desconocer la pasión de los deportes como el futbol, porque la gente va a los partidos a “echar desmadre” y a pasarla bien, y porque “así es el ambiente”. Algo así como lo que pasa en la lucha libre, supongo. Donde las ofensas del público a los luchadores y de los luchadores al público son la sal y la pimienta del espectáculo. Un espectáculo, dicho sea de paso, que es doméstico y no se rige por reglas o instituciones internacionales.
En el caso de la lucha libre, todos entienden el contexto y nadie se da por ofendido, quisiéramos creer. Sin embargo, recuerdo una anécdota de unos luchadores visitando un pueblo en el Estado de México. Con la intensión de prender lo ánimos en los espectadores, los luchadores de vez en vez, gritaban frases ofensivas a la audiencia. Frases del tipo “pinches pobres” o “pinches jodidos”, entre otras. Cuyo resultado fue que al final del espectáculo, las personas estaban esperando a que salieran los luchadores para caerles a golpes por los improperios. Así que me atrevo a decir que no, no todos entendemos el folclore de la misma manera.
El argumento final es que “todos las aficiones gritan insultos durante los partidos” y no, no estoy de acuerdo con ofender, bajo ninguna circunstancia, dentro o fuera de eventos deportivos, nada más por gusto. Mi explicación –por demás insuficiente para la contraparte- fue que, el impacto de una sola persona gritando algo ofensivo en medio de miles de asistentes no es lo mismo que el de cientos de mexicanos gritando al unísono. Y aunque eso no esté menos mal, es una conducta más difícil de regular.
Con estos argumentos, válidos o no, simplemente expreso mi deseo de que los mexicanos fuéramos más civilizados. Que pudiéramos reconocer que decir ehhh… puto es a todas luces una ofensa y que optáramos por conductas que nos hicieran destacar dentro y fuera del país, de manera positiva y no penosa, como la aquí discutida.
Me gustaría, insisto. Y hago mi parte. Aunque quizás sea incapaz de entender el folclore o el apasionamiento del deporte. Aunque haya quien me llame ingenua.
*Susana Ruvalcaba: Comunicóloga por gusto. Maestra en política pública por afición y maestra en desarrollo y cambio cultural por ventura. Tiene más de tres décadas de edad, cinco canas, y carece de lugar fijo de residencia. En sus horas libres disfruta de la lectura y la reflexión y escribe sus Devenires Cotidianos en Brunoticias.