EL MAL DE LA JUNTITIS AGUDA

DEVENIRES COTIDIANOS, por Susana Ruvalcaba

Cuando uno se integra a la vida laboral existe un mal al que pocos –si no es que ningunos- escapan: las reuniones de trabajo. Es común, que muchos Godínez recurran a esto de las reuniones con el objetivo de coordinar el trabajo y generar acuerdos. Sin embargo, hay bastantes que padecen el mal denominado juntitis, es decir, quieren que todo se coordine, acuerde, establezca y resuelva en esta suerte de evento social-laboral en el que es común que los objetivos buscados no se aterricen.

Sí, me acuso de ser antisocial. Sí, me acuso de ser impaciente. Y sí, también entiendo que las reuniones son un mal necesario. Pero mi experiencia me dice que al menos los mexicanos no somos muy buenos organizando reuniones de trabajo. A algunos les parece la excusa perfecta para desentenderse de su trabajo de escritorio y cambiar de aires, a otros se les apetece como un coffe break justificado y a casi nadie le resulta un método eficiente de coordinación.

Por mi parte, como ya habrán podido deducir, evito en medida de lo posible cualquier reunión de trabajo. Ello no es mera animadversión infundada. No, señores. Es simplemente que a lo largo de mi vida profesional he participado en cientos de juntas laborales. He incluso he logrado reconocer algunas versiones de ellas con las que quizás la mayoría de mis colegas Godínez puedan sentirse identificados.

La primera es la reunión sacada de la manga. Esta es un evento meramente improvisado, carece de fundamento, estructura y orden y surge del mero ánimo del el organizador, quien parece esperar que por obra del Espíritu Santo, el resto de los asistentes entren en una especie de sinergia y le den las respuestas que tanto ha buscado a las preguntas que aún desconoce. Lo cual, por supuesto, nunca pasa. A cambio, tenemos una o dos o tres horas de discusiones erráticas sobre problemas no definidos, algún que otro chisme de oficina y hasta alguna lluvia de memes que por supuesto no llevan a soluciones de nada.

El otro tipo de reunión que recuerdo es esa que simula un grupo de autoayuda. Tal como si fuera una sesión de Neuróticos Anónimos, las intervenciones de los participantes son puramente anecdóticas, cada que alguien toma la palabra lo hace para para discurrir sobre sus problemas oficinísticos particulares y solicitar de manera implícita la empatía del resto de los presentes. Y para mala suerte de una servidora, la consiguen, desencadenándose así un sinfín de participaciones catárticas que poco o nada tienen que ver con el establecimiento de acciones y soluciones.

Y finalmente, quizás mi versión de reunión favorita es aquella a la que llamo el ring de pelea. Son estas reuniones donde se da una inexplicable lucha de poder –digo inexplicable porque el supuesto del que debemos de partir es que en un equipo de trabajo todos estamos a la búsqueda de lograr los mismos objetivos- . La temática de estas reuniones pasa a segundo plano al momento en que aparece aquel que busca mostrarse como superior a los demás –o a alguien en específico- o los que se rehúsan a asumir la responsabilidad mínima.

Entonces aquello se vuelve una batalla campal en la que cada cual quiere imponerse. Y vuelan frases incisivas por aquí, mientras se eleva el tono de voz por allá, y los comentarios agudos y sarcásticos chocan con la misma fuerza que las espadas en un enfrentamiento de esgrima.

Algunos entonces se refugian en su celular –que tiene tantas opciones de redes sociales- mientras que otros optamos por alternativas más discretas como la degustación de galletitas y el garabateo del borrador de un texto personal en el cuadernito de notas. Todo, gracias a la juntitis.