“Recuerda que el Tiempo es un jugador ávido que gana sin trampear, ¡en todo golpe! es la ley.

El día declina; la noche aumenta: ¡recuerda!

El abismo tiene siempre sed; la clepsidra se vacía…”

Baudelaire, El reloj. Las flores del mal.

Agustín del Castillo

Marzo de 2000. Los amaneceres de la barranca de Achío, nombre regional que recibe el paso del río Santiago en las cercanías de Amatitán, son gloria terrena. Arriba de espigados agaves y de las últimas neblinas nocturnas que emergen como vapor sibilino del suelo, se abre espaciosa la barrera de montañas, y atrás, un horizonte rosado donde otra vez se crea la luz, entre el sordo rumor del río contenido por la cortina de concreto de la represa Santa Rosa.

Es la ruta hacia un Tequila desconocido. Otra vez bajar y luego ascender por veredas escabrosas. En menos de dos horas de brecha se llega a El Salvador, en el centro de una amplia meseta arenosa. Pueblo de trazo cuadriculado, con portales sobrios y cuidadas fachadas, es el punto de arranque para recorrer casi todos los recovecos de la sierra. Su gente algo despide de esa frescura matinal, discreta y amable de los últimos días de invierno. Es la tierra del tequila Sierra Brava, único producido de este lado del río, entre suelos rojizos y un clima templado que se asemeja a los del famoso valle turquesa del centro de Jalisco.

De El Salvador parte un nuevo y largo traslado de dos horas hacia la cuenca del río Chico; al nororiente, primero a través de bosques ralos de encinos, y luego en otra lenta bajada, se accede a una profunda hondonada pertrechada de matorrales secos y rodeada de montañas ciclópeas que dan vértigo. En el fondo, el cañón es lentamente tallado, con la paciencia de los siglos, por aguas cristalinas que rebosan de naturaleza. También está lleno de soledad, de húmedos árboles del trópico, de enredaderas y serpientes, de rocas invadidas de musgo de donde brotan manantiales que parecen reír.

Pero aquí también vive el hombre. A la larga vuelta del camino se revelan las blancas y derruidas edificaciones de la portentosa hacienda de Atemanica, con una hermosa iglesia de 1877 que conserva rastros de sus pinturas originales en las paredes enmohecidas, y en cuyo seno, los parroquianos muy de vez en cuando entonan las alabanzas a su Dios.

Si la historia de San Pedro Analco remite a los tiempos borbónicos, la ex hacienda de Don Pánfilo Montes mantiene vivo al porfiriato. Si hoy viviera sería tatarabuelo. Era amo de los cañaverales, con todo y sistema de riego, que abastecían a los trapiches, fábrica del preciado piloncillo, y sostenía numerosos huertos con frutales y parcelas con maíz forrajero para su nutrido ganado.

Don Pánfilo está muerto, sus máquinas desvencijadas, parte de sus predios devorados por la maleza, aunque difícilmente lo olvidan. Habitan aquí los descendientes de sus peones, cuyas viviendas han crecido en los rincones del vetusto casco. La memoria es confusa, pero no obsta para que los huéspedes de hoy se ufanen del pasado. “Este rancho era cabecera municipal”, dijo sin titubear Gaudencio Pérez, hace panas 20 años.

Tanto tiempo después, sorprende que no les haya llegado la revolución o la reforma agraria. Porque trabajan las duras tierras con esquemas de aparcería: “damos un quinto o un cuarto de maíz a los dueños”. No es culpa de nadie, “nosotros no pedimos el ejido”, reconoce.

Los caminos están llenos de piedras, y las vacas pasean parsimoniosas entre las viejas y macizas cercas, rumbo a los potreros. Los agricultores viven pobremente. Ya tienen un sistema de abasto de agua, pero carecen de luz, de drenaje y de fuentes de trabajo. Desesperan porque prospere una alternativa productiva que les garantice el sustento. Después de todo, ya cuentan con una cancha de futbol, un kinder y una primaria, y hasta con terreno para una telesecundaria, aunque a la secretaría “no le gustó el terreno”, advierte el delegado municipal, Arturo López. También tienen un secreto. Conducen al viajero por un sendero hacia una pequeña mesa alta, copada de vegetación, y aparece una laguna mecida por el viento bajo la mirada de un gran cerro casi vertical.

No es profunda, pero todavía recuerdan a un incauto que se ahogó tras una borrachera mal cuidada. Quisieran ver el embalse lleno de peces gordos, pero un proyecto para el efecto tuvo malos resultados. Otra espera es la de turistas que visiten el lugar y dejen, además de su estela de basura, un poco de dinero con qué paliar la miseria. El lago los sumerge en sueños benignos e ilusorios. La luz del sol vespertino se posa en el tranquilo espejo, que cintila como un oculto manto de plata agitado por la brisa.

SOBRE LA VIEJA BEBIDA

Esto es un pasaje al Tequila antiguo, escondido entre montañas remotas. También al tequila de la bebida, que implica toda esta geografía y esta cultura en torno al “vino mezcal”, un producto mestizo de un agave azul de viejo uso y domesticación entre los aborígenes precortesianos, y después, transformado a destilado por los alambiques mediterráneos que llegaron con los europeos.

La anécdota vale la pena porque ese rescate, mucho más específico a la industria, ha sido el trabajo en que se ha empeñado un reconocido periodista tapatío, Sergio Iván Mendo Gutiérrez, muy conocido por los espectadores de Televisa desde hace décadas, y que si bien, hace todo tipo de historias, su vocación y su pasión va por los temas de la cultura.

El apacible reportero narra la historia de un libro que esta noche del 15 de abril conoceremos en el marco de los 30 años de los festejos del Consejo Regulador del Tequila: Tequila, el arte que se puede beber. Allí se conjugan historias antiguas y nuevas de los fabricantes de la bebida y de sus promotores que la mundializaron.

“El libro tuvo un momento germinal hace como unos diez años, cuando unos productores de audiovisuales me contactaron para que escribiera un texto con el pretexto de hablar del tequila como un producto, una identidad, una forma de embajador que nos proyecta internacionalmente. Yo escribí un texto que hablaba en primera persona; como si el tequila fuera una persona […] ese texto, ese guión gustó mucho, y años más adelante el Consejo Regulador del Tequila para una celebración similar, los 25 años del consejo, me volvieron a convocar a través de estos productores y volví a hacer un texto parecido, y se hizo un video muy bonito, ambos impactaron bastante. Incluso me aseguraron que el entonces presidente de la República [Enrique Peña Nieto], a quien le presentaron el video, quedó encantado y sugirió que se llevara a todas las embajadas de México en el mundo”, relata Mendo Gutiérrez.

Desconoce como terminó esa historia, pero en 2020, poco antes de la pandemia de COVID 19, “me reuní de nuevo con la gente del Consejo Regulador del Tequila, y con un grupo de gente sabedora, ingenieros, tequileros; con la propuesta de hacer un libro sobre la industria, cómo se había desarrollado, y conocer los testimonios de algunos tequileros de prosapia, de abolengo, que ya estaban muriendo…”.

De manera que la obra viene a ser un rescate de memoria. “Yo sugerí que no fuera un libro técnico, sino que tuviera guiños literarios y que fuera fácil de leer”.

Y si bien, la crisis sanitaria detuvo planes, en 2023 se retomaron. Justamente para los 30 años del CRT que se festejan este mes.

“Con el pretexto de los 50 años de la Denominación de Origen y los 30 de la fundación del CRT querían tener un libro un testimonio de lo que ha sido no solamente esa organización, sino los propios constructores de la tradición; tener testimonio, anécdotas, y todo bajo una idea de hacer descripciones y retratos con recursos literarios, lo que me entusiasmó”.

Para llegar al libro que esta tarde se presenta, primero hubo que realizar una ingente cantidad de entrevistas. “Me cité con estas gentes, hice un montón de entrevistas, las fui depurando, las fui vaciando, las fui integrando en un texto, y todo eso me llevó nueve meses”.

El resultado es un libro muy ilustrado, con una introducción y nueve capítulos, con la advertencia de que “es un libro sin mayores pretensiones que hacer esta revisión a vuelo de pájaro de lo que ha sido la industria, lo que representa para los mexicanos como una identidad […] ahí hay un memoria de la gente que a lo largo de los 30 años hizo el consejo, y cerramos el texto para hablar otra vez del tequila en primera persona”.

El propósito es “reconocer a los viejos tequileros, reconocer a quienes participaron, a quienes ya no están, a los que siguen y todo, a través de un ejercicio un poco lírico, lúdico, poético; los que escribimos algo siempre nos quedamos con la idea de que nunca alcanzamos lo que pretendíamos, pero que en este trayecto nos hemos pasado un rato dedicado, laborioso, pero también un rato de felicidad…”, señala emocionado.

LA LAGUNA QUE SE FUE

Atemanica, julio de 2023. Han pasado más de 20 años y muchas cosas sorprendentes para la vieja ranchería que alguna vez fue hacienda e incluso, asegura Rogelio Hernández Landeros, cabecera municipal. Por ejemplo, en 2004 cayó una tromba violenta y se abrió la represa. Se le fue toda el agua.

En 2023 ha regresado algo del agua a ese vaso alimentado por el río Chico. Y tienen resguardada en alguna de las fincas de la ranchería, una balsa quizás más vieja que el pueblo, la cual fue descubierta cuando en 2004, todo el embalse se vació. “Es de antes de los españoles”, asegura un lugareño con aires doctos. Para entonces, el Agave azul tequilana weber ya se usaba para bebidas fermentadas. No había nacido el legendario Pánfilo Montes, que de todos modos murió hace mucho, y Sergio Iván Mendo, que ha podido recuperar muchas historias viejas en su libro, no lo llevará como fuente de una memoria devorada implacablemente por los siglos.

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