- Tláloc, conocido como el dios del Rayo, fue una de las deidades más representativas del simbolismo del cocodrilo
Ciudad de México, 31 de diciembre de 2018 (Notimex).– El Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), a través del “Proyecto Templo Mayor”, realizó una investigación que reveló el simbolismo del cocodrilo entre los pueblos mesoamericanos como parte de sus creencias, rituales y vestimenta.
Diversas culturas prehispánicas vincularon al cocodrilo con la fertilidad, la lluvia y el rayo. Además, las pieles del reptil fueron utilizadas como tapetes, cubiertas de trono o vestimenta de dioses, gobernantes, guerreros y sacerdotes, se informó mediante un comunicado.
Tláloc, conocido como el dios del Rayo, fue una de las deidades más representativas del simbolismo del cocodrilo, portaba un yelmo (armadura) compuesto de piel de reptil.
“La importancia de este animal fue de tal trascendencia para el pueblo tenochca, que fue dispuesto en los depósitos rituales del Recinto Sagrado del Templo Mayor”, explicó la arqueóloga Érika Robles Cortés, integrante del “Proyecto Templo Mayor”.
Agregó que los sacerdotes tuvieron el cuidado de acomodarlos en una posición determinada, junto con felinos, serpientes y caparazones de tortuga, en clara referencia al nivel terrestre del cosmos mexica.
Detalló que el recinto sagrado no es el único sitio donde se han identificado restos de este tipo de reptiles, pues en diversos lugares, como el Valle de Oaxaca, el arqueólogo estadunidense Kent Flannery recuperó una mandíbula que probablemente fue usada como disfraz.
Otras representaciones prehispánicas que se observan son vestimentas de cocodrilo como trajes completos, capas, máscaras, yelmos y tocados. Las deidades que portaban dichos atuendos estaban relacionadas con el simbolismo acuático, la fertilidad, la tierra, la creación y la muerte.
Por su lado, la cultura de los nahuas nombró al cocodrilo como “acuetzpallin”. Su cuerpo cubierto de protuberancias era una analogía de la superficie terrestre, mientras que su hocico representaba una cueva que asociaban con la entrada al inframundo.
Robles Cortés también destacó las excavaciones en el Templo Mayor a finales de los años 70 y principios de los 80 del siglo pasado. Dichos estudios lograron cuantificar 20 individuos y ocho dientes de reptil, distribuidos en 11 depósitos rituales y un entierro.
Abundó que dos cocodrilos estaban completos y los 18 restantes fueron sometidos a complejos tratamientos para conservar su piel. Asimismo, de las 13 especies que habitan en la República Mexicana, sólo dos fueron encontradas en las ofrendas tenochcas.
La arqueóloga precisó que los cocodrilos, como la mayoría de los animales depositados en las ofrendas del recinto sagrado, no eran autóctonos, probablemente llegaron a Tenochtitlán desde regiones del Pacífico y del Atlántico.
Los hallazgos de algunos huesos con huellas de corte fueron clave para entender la forma en la que se trabajaron las pieles. Los animales eran desarrollados y descarnados, y posiblemente se le aplicaron sustancias para lograr su conservación.
Se identificaron cuatro tipos de manufactura: la piel curtida extendida, fragmentos de piel con cráneo y falanges, fracciones de piel y una posible preparación taxidérmica.
Los depósitos rituales que tienen pieles de cocodrilo se dividen en dos tipos: de consagración y funerarias. Quince pieles estaban en nueve depósitos que se consumaron con motivo de la consagración de la Etapa IVb del Templo Mayor de Tenochtitlán, de acuerdo con el arqueólogo Leonardo López Luján.
Otros saurios fueron inhumados en una sepultura que correspondía, seguramente, a un personaje importante. En estos contextos los cocodrilos posiblemente formaban parte de los atavíos del difunto o representaban el árbol cósmico por el cual transitaban los muertos, finalizó la arqueóloga.
La variedad de elementos encontrados en los depósitos rituales del Templo Mayor dan luz para conocer más del uso, aprovechamiento e importancia ritual de estos animales en la época prehispánica.
Destaca el uso ceremonial de los cocodrilos que aún pervive en comunidades de Guerrero, donde es empleado como atavío en celebraciones vinculadas con la fertilidad de la tierra.