Ciudad de México. 27 de abril de 2017 (Agencia Informativa Conacyt).- Fernando tiene 16 años y desde hace dos se dedica al tráfico de migrantes en la frontera entre Tamaulipas y Texas. Ya ha sido deportado en tres ocasiones por la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos, mejor conocida como Patrulla Fronteriza, pero dice que seguirá en el negocio debido a la buena paga que recibe: alrededor de 70 dólares por persona que pasa, siendo que en una semana cruza tres veces el río Bravo con grupos de hasta diez.

Él es uno más de los llamados “polleritos” o “coyotitos”, niños y adolescentes reclutados por grupos del crimen organizado, cuya mayor ventaja es que por ser menores de edad, las autoridades de Estados Unidos no les fincan responsabilidades penales y su única sanción es la deportación a México. Las autoridades los llaman “menores de circuito” y los relacionan con el tráfico de personas y drogas.

De acuerdo con un informe en 2014 del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), 38 por ciento de los menores migrantes mexicanos no acompañados detenidos en Texas fueron reclutados por grupos delictivos para realizar esta actividad. En tanto que entre 2010 y 2014, fueron detenidos 158 menores acusados de cruzar migrantes de forma ilegal al territorio norteamericano, según la Procuraduría General de la República (PGR).

Fernando ingresó a esta red ilegal por invitación de un familiar; comenzó como “halcón” para notificar la presencia de policías y militares estadounidenses cerca del río que sirve de línea divisoria entre ambos países, una valiosa información para quienes cruzan a los migrantes. Pronto se dio cuenta que podría aumentar sus ingresos y, con la anuencia de sus padres, se lanzó como “pollerito” luego de haber recibido un adiestramiento en la actividad; trabaja para unos jefes que, a su vez, reportan a otros jefes.

Entre 2012 y 2015, académicos de El Colegio de la Frontera Norte (Colef), realizaron proyectos de investigación en los que identificaron la participación de menores en el tráfico de migrantes a partir de entrevistas —como la de Fernando— en albergues de Tamaulipas, en las ciudades de Matamoros, Reynosa y Nuevo Laredo.

El doctor Óscar Misael Hernández Hernández, adscrito al Departamento de Estudios Sociales, comparte con la Agencia Informativa Conacyt una descripción de la incursión de estos nuevos recursos humanos a la red de coyotaje que operan grupos del crimen organizado.

En la migración ilegal de menores no acompañados hay múltiples clasificaciones, desde aquellos que lo hacen por razones de trabajo, de reunificación familiar o por aventura, y otra que distingue a aquellos menores provenientes de estados del interior del país y los que son residentes de las ciudades fronterizas. En esa última clasificación encajan los menores de circuito que, al residir en las ciudades fronterizas, cruzan de manera irregular y que, al ser detectados, son regresados y vuelven a cruzar.

 

Lo que han identificado algunas instituciones, como los Centros de Atención a Menores Fronterizos (Camef), es que estos menores suelen dedicarse a actividades como el tráfico de migrantes. Nosotros hemos identificado que algunos de estos chicos no solo se dedican al tráfico de migrantes, sino también al tráfico de drogas; esto se debe a una situación estructural que hay en las ciudades fronterizas y es el hecho de que los grupos del crimen organizado tienen el monopolio de estas actividades ilegales, porque son bastante rentables.

En ellas, los menores representan los nuevos recursos humanos utilizados considerando dos criterios: que son menores de edad y hacer estas actividades no es punible ni en México ni en Estados Unidos y, como ya tienen experiencia en cruzar la frontera, son un capital social considerable en términos de las redes que tienen, la ruta que conocen, la gente con que se vinculan.

Los casos de estos chicos son bastante interesantes porque si para los migrantes irregulares en general los riesgos son considerables, para los “polleritos” son aún más por el tipo de actividades que desarrollan.

Son chicos que constantemente llegan a los albergues de los Camef en la frontera; son detenidos por la Patrulla Fronteriza, que son repatriados. Hemos identificado que son chicos residentes en colonias o sectores populares y —no en todos los casos, pero sí en muchos—, cuyas familias saben que se dedican a este tipo de actividades porque a partir de ellas contribuyen a la economía familiar.

Para ellos es cotidiano que los detengan y los deporten. Uno de ellos nos contaba que llevaba cien ocasiones que había cruzado la frontera en el transcurso de tres años. Es algo increíble y cuando vas conociendo las historias, te das cuenta que es algo posible porque ellos han crecido en las ciudades fronterizas, conocen muy bien las dinámicas, las pasadas por el río Bravo, tienen vínculos con personas que han hecho este tipo de actividades como un modus vivendi. Se trata de una economía ilegal fronteriza que ha persistido por décadas en esta región de la frontera y se ha constituido en una cultura de la niñez migrante que reside en las fronteras.

Sus compensaciones varían, algunos nos comentan que pueden ganar entre 50 y 70 dólares por cada persona que logren pasar; no tenemos datos para el caso del tráfico de drogas, sabemos que en ese tipo de actividades les pagan por viaje o “por mochila”.

El ingreso va a variar según el número de migrantes y de viajes que realizan por semana, unos comentan que viajan hasta tres veces por semana con grupos de hasta diez personas. Haciendo multiplicación sería bastante redituable hacer estas actividades, por supuesto la frecuencia con que se hace no es tan constante cada semana, sobre todo ahora que se ha incrementado la seguridad fronteriza a propósito de la administración del presidente Donald Trump.

Nosotros hemos encontrado que ninguno de ellos ha sido obligado o amenazado; más bien, narran los ofrecimientos que tienen de personas que ya se dedican a ello y que les muestran lo lucrativo de la actividad en términos económicos, y ellos en forma voluntaria acceden.

Lo hacen tanto por el estímulo económico como por la confianza que se genera a través de los vínculos con quienes los invitan; es decir, se trata de personas que son familiares, amigos o conocidos.

Para ellos, el estímulo económico es lo interesante, pero está la otra cara de la moneda y es el estímulo simbólico, porque para ellos el hecho de traer dólares significa adquirir prestigio ante su grupo de socialización (familiares y amigos), especialmente cuando tienen estímulos extra por desempeñar bien las actividades, como un vehículo o tener a su alcance ropa de marca, aunque sea de imitación.

Más allá de los beneficios simbólicos, el prestigio y estatus que pueden hacerse al inmiscuirse en este tipo de actividades; su ingreso a este mundo delictivo se debe a un problema del Estado mexicano para apoyar a la niñez, adolescencia y juventud, que están en condiciones de vulnerabilidad.