Por Bruno Eduardo Aceves

Sin duda alguna, La Marsellesa es uno de los himnos nacionales más bellos de todo el mundo. En lo particular se me enchina la piel casi igual que cuando escucho la música de Bocanegra y la letra de Nunó. Pero este viernes 13, se volvió sangriento. Se hizo una noche de terror peor que las narradas por las películas de título homónimo.

Cuando pienso en Francia, en Paris, inmediatamente se me vienen a la mente tres palabras:

LIBERTÉ, EGALITÉ, FRATERNITÉ,

LIBERTAD, IGUALDAD, FRATERNIDAD.

El brevísimo tiempo que me sentí parisino, una semana exactamente, las leí tantas veces en los edificios públicos de la capital gala que se me quedaron tatuadas a la memoria y al corazón. Hoy que veo las escenas espantosas en el Stad de France, en el Bataclán, en algunas de las rúas que caminé. Ver que la Torre Eiffel se apagó, es un símbolo del triunfo de la barbarie y la estupidez. No había sucedido esto, desde la Segunda Guerra Mundial.

El Presidente Hollande ordenó cerrar las fronteras, los muertos ya se cuentan en cientos. Los heridos en miles, en millones, porque hirieron a quienes tienen laceraciones en el cuerpo pero también a quienes les atravesaron el alma.

Una de las ironías de esto, es que se estaba celebrando un partido amistoso entre las naciones que fueron enemigas durante la última conflagración mundial. Otra es que Francia ha sido uno de los países que más apertura ha tenido con el pueblo árabe, prueba de ello es el Institut du Monde Arabe (Instituto del Mundo Árabe) cuya sede es Paris y hermana a 21 naciones con la Galia.

¿Cómo gritar Alá es grande e inmediatamente después convertirse en el propio demonio? ¿Cómo abofetear a la nación que más tolerante ha sido con los seguidores de Mahoma? ¿Cómo pedirle a los amigos franceses que no hagan cumplir la letra de La Marsellesa.

El estribillo más conocido, más intenso, más sentido del himno nacional de Francia, aquél que hace estremecer el alma de los paisanos de De Gaulle, de Napoleón, de Víctor Hugo dice en español lo siguiente:

¡A las armas, ciudadanos!
¡Formad vuestros batallones!
¡Marchemos, marchemos!
¡Que una sangre impura
inunde nuestros surcos!

https://www.youtube.com/watch?v=4iQ2cHuZ0xE

Lo cantaron mientras evacuaban el Stad de France. Así se puede oír en un video que circula por las redes sociales. Ruego, suplico, hago votos, porque sólo lo canten, que no lo cumplan.

Los europeos se volvieron tolerantes a punta de guerras. Todos perdieron, familiares, miembros, años, vidas, por millones. Ahora los extremistas del Islam volvieron a perder. Cada vez que cometen un atentado pierden. Lo hacen porque ponen cada vez más gente en contra de ellos. Se tienen que enseñar a aceptar. Eso lo aprendió Arafat, lástima que no se les enseñó a sus correligionarios.

Desde el 11 de septiembre del 2001 nos tenemos que acostumbrar a vivir en un mundo más inseguro, pero más comunicado. Las primeras batallas se están librando en internet, porque esa es la veta para envenenar el alma de los jóvenes musulmanes que viven enojados con la vida ante la falta de oportunidades.

El costo de que los ricos sean cada vez más ricos, y los pobres cada vez más pobres es la inseguridad que nos está generando en la aldea global llamada planeta Tierra. Para ganarle al terrorismo la estrategia forzosamente tiene que pasar por el camino de reducir la miseria en los países pobres y en vías de desarrollo que se convierten en los caldos de cultivo perfecto para las expresiones intolerantes y extremistas.

Mientras tanto quisiera poder acordarme de la letra del himno a la alegría, pero seguiré tarareando la marsellesa sin pronunciar su letra.

Vive la France.